Montmartre, un lienzo donde pintar París

7 de noviembre de 2018

Montmartre

“Son tiempos difíciles para los soñadores.” Lo dijo una tal Amelie Poulain en una bonita película de su mismo nombre. Y tenía mucho de verdad. En los tiempos que corren parece que los sueños dejan de estar cómodos en su definición; tener los pies pegados al suelo ya no es una elección, más bien una obligación. Sin embargo hay un barrio, no tan lejos de aquí, donde dicen que aún se respira “la vie en rose”.

Lugar de arte y placer; reducto, además, de la bohemia. A él le vio crecer el Río Sena; también le observó mientras era engullido por la gran urbe en aquel, nada olvidado, año 1860. Ahora es pulsión  y arrebato, el amor más rebelde de París.  “El Monte del Mártil” fue, durante una buena época, la meca del arte. Hoy en día, aquellos días de luz y color aún respiran desde los anales de la Historia.

Montmartre fue la ciudad de los pintores; lugar de vivienda de numerosos artistas como Pablo Picasso o Amadeo Modigliani… Van Gogh, Matisse, Renoir o Toulouse–Lautrec, entre otros,  también anduvieron por allí.  Zola, Monet o Cezanne, estos con los otros, y los otros con los unos, disfrutaban de la bohemia de este barrio, tal vez, haciendo siempre una parada ya rutinaria en El Consulat, uno de los cafés más famosos de París, entre la Rue Norvins y la Rue Saint-Rustique. Aquí, los pintores impresionistas más destacados de la época, se reunían para comer, beber, y quién sabe, si  crear y recrearse juntos. 

Le consulat

La Place du Tertre era el lugar más especial donde poner a prueba el pincel o la pluma. Fue y es la plaza de los artistas por excelencia. Hoy en día, envuelta en creperías e ideal para hacerse acopio de recuerdos, continúa siendo ese sitio donde tomarse uno de los cafés más pintorescos en la ciudad de la luz. 

Cuando imaginamos París y pensamos en el máximo exponente del romanticismo, la imagen que se construye es la de un beso, de esos de para siempre, bajo la Torre Eiffel; una foto que se juega la vida rozando el límite en el trajín circulatorio del Arco del Triunfo o una gárgola que desafía la vileza humana sobre Notre Dame. Sin embargo, al parisino auténtico se le ve vagando, bagget bajo el brazo, por las estrechas y empinadas callejuelas de Montmartre, dando y recibiendo “Bonjour” a aquellos y de aquellos pintores de largos bigotes. Es en esa colina de 130 metros desde donde se asoman los contrastes: a los pies del corazón más sagrado de la ciudad se divisa el París imperial de las grandes avenidas.

El Sacre Coeur es el lugar desde el que se bombean muchas de las arterias de este barrio. Una basílica, icono de Montmartre, con forma de cruz griega y cuatro cúpulas que guarda en su interior una campana de tres metros de diámetro y unos 18.000 kilos. Es una obra maestra de la arquitectura mundial de principios del siglo xx y una excusa más que justificada para subir la escalinata que comienza en la Place Saint-Pierre.

Bajando hasta la Place des Abbenses, uno se encuentra de bruces con el cómplice de la unidad. Un mural donde los “Je t´aime” abrigan los inviernos. Un espacio donde el amor se conjuga en todos los idiomas: El muro de los te quiero. Los brillos de color en el fresco reflejan los pedazos de un corazón roto, el corazón de una humanidad que a menudo se desgarra y a la que El muro de los te quiero quisiera reunir.

Y es que “si hay algo de lo que sé, es del amor, quizá porque lo anhelo intensamente con cada fibra de mí ser.” Fue John Leguizamo quien pronunció estas palabras en un molino en medio del Boulevard Clichy. Situado en el barrio rojo de Pigalle, el mítico Moulin Rouge, lugar de inspiración de la Francia más bohemia, continúa, tras más de 100 años, siendo un hito en la vida parisina. Es el cabaret más importante de la ciudad y uno de los espectáculos más conocidos del mundo.

París, con su nostálgica belleza, ha sido siempre el lugar idóneo donde dejarse hipnotizar. A esto se le suma ahora que la capital francesa se ha convertido en un icono del brunch. En Montmartre se pueden encontrar a la medida de cada uno: para los más tradicionales y los más modernos; para los amantes de la distinción y la elegancia o para las almas bohemias. Ejemplo de ello es Le Barbiche, el lugar perfecto donde disfrutar de un brunch en pleno corazón del barrio.

Un lugar que domina las alturas de la ciudad y desde donde se juega a cazar fotogramas; un rincón donde perderse dentro de un jardín de calles donde no existen las rectas; el escenario perfecto donde dejar volar a los pájaros de la cabeza; un barrio romántico que se reivindica como tal y que brilla de manera más especial cuando se levanta el telón a ‘media noche en París’…

Fotos: Belén de Francisco