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A punto de cumplir 75 años, Fundación A LA PAR, que comenzó su andadura en 1948, es hoy un insólito referente del Tercer Sector en España en el abordaje de la discapacidad intelectual. Funciona como una gran empresa —tiene casi 500 empleados, un tercio, personas con discapacidad— con un colegio, un centro de día, pioneros centros de formación, viviendas de entrenamiento, instalaciones deportivas y un conglomerado de pequeñas empresas que dan trabajo al colectivo y suponen una inyección de liquidez para la fundación, cuyo modelo económico sostenible es único en el país. Su fin primordial es integrar e incluir a las personas con discapacidad intelectual en la sociedad sin paternalismos. La actual presidenta, Almudena Martorell, cuarta generación de la familia, aspira a seguir innovando en el sector para conseguir una inclusión real en todos los ámbitos y sectores de la sociedad. Para seguir trabajando y afrontar los retos del futuro, Fundación A LA PAR cuenta con un equipo directivo de gran nivel que está encabezado por su presidenta, Almudena Martorell, a la que tenemos el gusto de entrevistar.

Fundación A LA PAR cumplirá muy pronto 75 años. ¿Cómo ha llegado la organización a ser un referente en el Tercer Sector? 

Seguro que habrá mil cosas -y ninguna- detrás de por qué una entidad perdura y crece en el tiempo, pero en nuestro caso creo que una seña de identidad que se ha mantenido desde mi bisabuela es estar al servicio de las personas por las que trabajamos como centro de todo. Un ‘estar al servicio’ que ha implicado tener el oído y el corazón bien abiertos a sus necesidades, entendiendo estas además en su contexto y en su tiempo. Esa escucha activa nos ha hecho estar siempre muy vivos y muy dispuestos a reinventarnos. De hecho, mucha gente que nos visita nos dice: ‘¡esto tiene ambiente de startup!’. Y que te digan eso con 75 años supongo que es un piropazo.

Una de las filosofías de la Fundación pasa por tratarla a nivel organizativo como si de una empresa se tratara. ¿De qué manera consiguen este objetivo? 

La capacidad económica es el medio indispensable para poner en marcha todos los proyectos que mencionábamos antes. Si fuéramos más dependientes de terceros, perderíamos parte de esa capacidad de respuesta rápida a los problemas de la gente por la que trabajamos. Por eso tenemos muy clara la visión “empresarial” de todo, pero aún más claro todavía que eso es un medio, no el fin. De hecho, hay proyectos de generación de empleo que a priori debían ser sostenibles económicamente – los puramente sociales obviamente no, pero los centros especiales de empleo, por ejemplo – y resulta que algunos de los nuestros no lo son, pero que en valor social de puestos de trabajo o visibilidad del buen hacer de las personas con discapacidad intelectual, entendemos que tienen ese retorno social. 

Aunque en ese caso si el valor social es alto pero la cuenta de pérdidas y ganancias negativa, tenemos claro que tenemos que encontrar otras vías de ingresos que contrarresten, y nos ponemos manos a la obra para mantener el barco a flote y a buena velocidad de crucero.

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Además, han conseguido el más difícil todavía, que es ser autosuficientes económicamente. ¿Cuál es la receta del éxito? 

A veces pienso que somos un pequeño experimento raro, porque ponemos en marcha muchos proyectos muy rentables económicamente, pero detrás no hay lucro, somos fundación. Es extraño como modelo, porque pensarías que la rentabilidad económica y la inversión vienen sanamente motivada por eso, y no es nuestro caso. Por eso quizá, creyendo en el motor del lucro como generador de progreso, quizá también el compromiso real con una causa sea otro motor igual de poderoso -si no más-.

Usted es la cuarta generación de una fundación que podríamos llamar familiar. ¿Qué valores considera que aporta su experiencia y su legado a la Fundación? 

Tiene mucho del eterno debate de empresas familiares y relevos generacionales. Y encima con la peculiaridad y otro temazo actual de ser todo mujeres: mi bisabuela, mi abuela, mi madre y yo. ¿Es diferente la gestión de las mujeres? ¿Es diferente la gestión de la empresa familiar? Supongo que sí, y en ambos casos supongo también que detrás están muy presentes los valores. ¡Y todo eso encima exponenciado por ser una obra social! Así que tener ese regalo de cuidar el legado de todas esas mujeres, que además cada una ha roto moldes para su época hace que, efectivamente, la Fundación y mi papel en ella tenga este cargado de alma y valores.

¿La sociedad española está haciendo bien los deberes en cuanto a inclusión social se refiere? ¿En qué podemos mejorar?

Un buen amigo e importante gestor público de temas de discapacidad decía que la atención a la discapacidad es ‘marca España’, y creo que tiene mucha razón. La atención a la discapacidad en nuestro país es algo de lo que tendríamos que estar orgullosos y sabedores de que somos un referente en el mundo entero, no sólo en América Latina sino también, por ejemplo, en otros países Europa o en Estados Unidos. 

Con todo, aunque vayamos a la vanguardia, queda mucho que recorrer. Y cuando eres el mejor no te puedes parar, tienes que seguir abriendo brecha, así que paradójicamente creo que España tiene una importante responsabilidad en esto, aunque nunca ha eludido sus deberes. Pero como señalábamos, creo que queda mucho cambio de mirada todavía por hacer, en creer en lo que las personas con discapacidad tienen que aportar, que es mucho, sobre todo en creer en las personas con discapacidad intelectual que es nuestro caso concreto, y de confiar que cuanto más hueco hagamos, mejores serán las sociedades para todos. 

Por último, ¿se aventura a adivinar el futuro de la Fundación en los próximos años?
Me voy a algo más concreto que teórico, pero estamos diseñando una nueva sede que sustituya nuestras anteriores naves de trabajo, y ya atisbamos ese sueño de un lugar luminoso, moderno, con la última tecnología, que sea reflejo de todo lo que está por venir para las personas con discapacidad intelectual.