Latinoamérica, para convencer a los inversores escépticos, necesita la evolución política y financiera de las tres mayores economías de la región, Brasil, México y Argentina. En conjunto, la región precisa que los precios de las materias primas se estabilicen para beneficiarse del crecimiento mundial y flujos de capitales positivos que permitan afianzar sus economías. Pero ni lo uno ni lo otro está garantizado y no puede controlar los posibles shocks externos. Así que es el momento de que la región se mantenga sobre sus propios pies. Lo que sí puede hacer, como cualquier hogar, es evitar mantener un déficit crónico de forma permanente. De manera que sus gobiernos tienen que reducir el gasto ahora. Esto puede resultar en un coste político, pero resulta ser esencial para su futuro y los inversores lo saben.
En este sentido los déficits fiscales primarios, es decir la diferencia negativa entre los ingresos del Estado vía impuestos y los gastos del Gobierno, empresas estatales administraciones regionales y municipales sin incluir el pago de intereses de la deuda del país, han estado disminuyendo en Latinoamérica los últimos tres años.
Al respecto hay que destacar que de hecho, hoy día, los mercados, en un momento en que los crecientes niveles de deuda suscitan inquietudes, ya albergan la esperanza de que los déficits en Latinoamérica hayan alcanzado un punto de inflexión y continúen disminuyendo.
Es el caso de Brasil, México y Argentina, que representan dos tercios del PIB de la región. Los tres
tienen actualmente Gobiernos comprometidos con la disciplina fiscal. Por desgracia, también parecen usar la misma e ineficaz antigua receta para el objetivo: concentrar todo su esfuerzo en incrementar los ingresos en lugar de reducir los gastos. El motivo, por supuesto, es que ello proporciona mayor “dividendo político”.
El Caso de Brasil es el más significativo, pues supone un tercio del PIB de la región e indica la dirección del resto de Latinoamérica. Tras una caída del PIB del 3,5 % en dos años se observa recuperación, si bien gradual, con inflación y tipos de interés que han bajado sustancialmente. Su mejor mercado de acciones ha sido el mejor en octubre, coincidiendo con su Gobierno de derecha entrante, encabezado por el presidente electo Jair Bolsonaro, quien debe lograr y mantener un superávit fiscal primario los próximos cinco años solo para estabilizar su nivel de deuda pública, que se sitúa en 88 % sobre PIB, según cifras del Fondo Monetario Internacional (FMI), comparado con 60 % hace tan solo cinco años. De momento y hasta octubre, según su Banco Central, ha reducido el déficit primario los diez primeros meses de 2018 en un 33,39 % respecto al registrado entre enero y octubre de 2017.
La tarea ha sido encomendada a su nuevo ministro de finanzas, Paulo Guedes, uno de los ‘Chicago Boys’, el grupo de economistas latinoamericanos que estudió bajo la dirección de Milton Friedman en la Universidad de Chicago, uno de los fundadores de la escuela económica neoclásica defensora del libre mercado, a quien a menudo se le atribuye el éxito de la economía chilena en la década de 1980. Guedes parece mantener una posición clara respecto al problema del déficit, habiendo afirmado en un artículo de Financial Times que “Brasil desperdicia el equivalente a un Plan Marshall cada año en pagar su gigantesca deuda”. El caso es que los inversores esperan que Guedes, al igual que otros ‘Chicago Boys’, se comprometa con las privatizaciones y con la reforma de su seguridad social. Ahora bien, los inversores quieren que estas promesas se conviertan en realidad y van a observar atentamente sus iniciativas para poner en marcha la reforma de las pensiones, una de las principales causas del déficit presupuestario en Brasil.
El caso es que si el presidente Bolsonaro quiere lograr el necesario recorte del gasto debe afianzar su autoridad en un parlamento fracturado, en cuyo Congreso están representados 30 partidos. Solo conseguirá un cierto consenso si su ministro de finanzas Guedes logra impulsar la economía lo suficiente para superar la oposición a sus planes de reforma de las pensiones y mejorar la eficiencia del Gobierno. Ahora bien, esto puede ser más fácil decirlo que hacerlo.
Por su parte México, a diferencia de Brasil, tiene superávit fiscal primario del 1,3 % del PIB, según datos del FMI. Ha llegado a destacar como una especie de ‘refugio’ latinoamericano, con la ayuda del nuevo acuerdo comercial con EE.UU. y Canadá este año, el antiguo NAFTA, actualmente USMCA, tras casi dos años, la estabilidad de su deuda pública, en un nivel relativamente bajo del 54 % sobre PIB y unas medidas de política fiscal efectivas.
Además, en México el porcentaje que el crédito supone sobre PIB es muy bajo. Pero los recientes pasos dados por el nuevo presidente electo Andrés Manuel López Obrador han dañado la confianza de los inversores. Sus iniciativas para cambiar la Constitución y facilitar un mayor recurso a las consultas públicas, así como su propuesta de modificar la legislación bancaria (aunque retirada con rapidez)
han influido en la visibilidad de sus políticas. Los mercados solo continuarán respaldando a México si el nuevo presidente rebaja el tono de su retórica de los últimos tiempos.
Mientras, la Administración argentina actual afronta el mayor reto de la región, solo superado por la crisis económica y humanitaria de Venezuela. El presidente argentino Mauricio Macri ha conseguido obtener un plan de rescate de 57.000 millones de dólares del FMI, el mayor concedido por este organismo hasta la fecha.
Hay que tener en cuenta que la economía Argentina se encuentra en recesión, y tiene un grave problema de balanza de pagos. Se prevé que su crecimiento se contraiga casi 3 % este año y su inflación permanezca por encima del 40 %. Además, tiene creciente deuda pública, actualmente del 63 % del PIB, según el FMI, lo que está empezando a aislar al país otra vez de los mercados de capitales.
El FMI ha establecido una condición clave para que Argentina reciba los desembolsos del préstamo a lo largo de tres años: el Gobierno debe equilibrar su presupuesto para el segundo semestre de 2019, actualmente en déficit de 2,7 % sobre el PIB. De manera que no es sorprendente es que los inversores se mantengan al margen, atentos a cómo Argentina usa el paquete de ayuda del FMI y cómo su Gobierno implanta las condiciones impuestas.
Los inversores aún tienen malos recuerdos del impago de deuda de Argentina en 2001 y la ruptura de sus relaciones con el FMI en 2006. Para recuperar su confianza la Administración, Macri debe demostrar que se toma en serio las reformas y tiene éxito con la inflación.