Decía Michael Sandel, conocido doctor en filosofía y docente de la Universidad de Harvard, que la igualdad de oportunidades es el corazón de la meritocracia. Entendemos entonces que la meritocracia es un concepto clave para crear una sociedad justa e igualitaria, ya que defiende que cualquier persona debe tener la oportunidad de progresar en función de su talento y esfuerzo, y no en base a su origen o circunstancias personales.
Sin embargo, en nuestra sociedad actual se está extendiendo la idea de que la meritocracia es la forma perversa de promocionar a aquellos que son afines a unas ideas o posiciones políticas, cuando realmente se conoce que llegan a esos puestos por un favoritismo que ningún favor hace a aquellos que deben lidiar con las consecuencias de tal decisión. Se intenta equiparar la meritocracia con las cuotas, ya sea de género o de cualquier otro cariz, con el nexo común de ser colectivos todavía con obstáculos para acceder a cargos de liderazgo, cuando el corazón de la meritocracia desprecia por completo este tipo de prácticas.
Escuchamos mucho, en contraposición, la defensa del sistema de estas cuotas como una herramienta útil para corregir desigualdades históricas, como la discriminación de género. No voy a ser yo quien cuestione que la introducción de colectivos desfavorecidos en los entornos sociales y laborales sea negativa. Desde mi posición como presidente de Ejecutivos y de MARCO, considero que la diversidad es uno de los pilares que han contribuido al éxito de la empresa a todos los niveles. Pero creo firmemente que esto se debe a la alta capacidad que han demostrado todas las personas con las que trabajo día a día, independientemente de su género.
No haré mención a la manida idea de que el sistema de cuotas sugiera que las mujeres necesiten ayuda extra para alcanzar los mismos logros que los hombres, ni que esto perpetúe la idea de que las mujeres son inferiores o incapaces de competir en igualdad de condiciones. Eso sería rascar por encima los muchos problemas de este sistema. En MARCO tenemos la fortuna de contar con el talento de dos co-CEOs, Noelia Cruzado y Diana Vall, dos mujeres que, con su talento y dedicación, han llegado a liderar las divisiones más importantes de la compañía.
La experiencia me ha enseñado que, del mismo modo que los sistemas de cuotas pueden ayudar a encontrar gente que nos sorprenda, si no van acompañados de un fuerte sistema de énfasis en la recompensa por méritos, los procesos de selección terminan siendo un trámite administrativo en el que terminamos colocando en puestos a personas que no están capacitadas para ello. Peor aún, en ocasiones terminan provocando una pérdida de calidad y eficacia en el trabajo que menoscaba la credibilidad y el éxito, no solo de la empresa, sino de otras personas en el largo plazo.
No hay que irse muy lejos para ver que en la actualidad contamos con ejemplos políticos que se hacen llamar expertos en igualdad, y que han resultado ser poco menos que cuestionables en ese aspecto. Contamos con el Gobierno con más asesores externos de la historia. Ninguno de ellos ha llegado por méritos. El Ejecutivo acumula ya más de 1.360 empleados elegidos a dedo y en los puestos más elevados de la Administración, un récord a todos los niveles que, de nuevo, debería hacernos cuestionar si hacen falta tantos perfiles, o es que en un mar de mediocridad o pagar favores se necesitan más puestos que intenten conseguir lo que desde el sector privado se logra hacer con unos pocos.
La solución pasa por implementar políticas y programas que aborden las causas subyacentes de asuntos tan graves como discriminación de género o la falta de apoyo a la conciliación de la vida laboral y familiar, fomentando un entorno en el que todos tengan las mismas oportunidades y recursos. Pero también pasa por ser conscientes que los méritos que acompañen a una persona que se haya esforzado deben tenerse en cuenta sin importar la ideología, origen o circunstancias de cada uno.
La meritocracia es simplemente una cuestión de carácter, y flaco favor se le hace a quien es colocada/o a dedo para cumplir un sistema de cuotas, sin considerar si puede haber un candidato mejor a ese puesto. No debemos anteponer el ‘buenismo’ a los resultados que se puedan llegar a lograr. Tenemos que buscar la excelencia porque de ella dependen los puestos de trabajo y la vida de muchos empleados y empresas que la persiguen cada día.