Hace meses que se lleva avisando y ya es un hecho reconocido por el Banco Central Europeo. La demanda de dinero va a la baja y esto anticipa un frenazo en la actividad económica tanto a nivel de empresas como de consumo e inversión doméstica. No por esperado deja de sorprender a muchos, añadiendo incertidumbre a un futuro que se complica en la Unión.
Según la nota de prensa del Banco Central Europeo del pasado 2 de mayo “La demanda de préstamos se redujo considerablemente, debido a las subidas de los tipos de interés, a la caída de la inversión en capital fijo y al debilitamiento de los mercados de la vivienda”. La misma nota indica que es en parte también al endurecimiento de los criterios del préstamo, intentando aprender lecciones de la pasada crisis económica en cuanto a burbujas y “zombificación” de la economía. Por un lado, es positivo que se protejan las entidades ante riesgos elevados de posibles impagos, pero esto también indica que la economía en la Unión Europea se está frenando y podamos estar en breve a las puertas de una desaceleración.
La acuciante inflación que está poniendo en jaque a muchos estados de la Unión se está controlando con una receta tan antigua como efectiva, la subida de tipos de interés. Esta subida era demandada por muchos economistas y agentes económicos que avisaban de la anormal situación de tipos bajos e incluso negativos, utilizando términos como “anfetaminas para la economía” o “gas de la risa” que mantenía la economía en un estado artificial de compra de deuda pública por parte del Banco Central Europeo, dando la falsa impresión a la sociedad que todo iba bien y además sería eterno. Era evidente que no funcionaría siempre y el recalentamiento de la economía (inflación) ya llegó antes del conflicto de Ucrania, aunque algunos lo utilizaron como excusa, pero la realidad es que tras la pandemia la inflación se antojaba imparable. La consecuencia inmediata de una tan rápida subida de tipos es la bajada de solicitud de créditos para invertir, principalmente en capital fijo, y la frenada de los precios de los pisos y la solicitud de hipotecas. Muchas han pasado del tipo variable a fijo, pero con unas cuotas mucho más altas que los años anteriores, limitando el acceso a la vivienda sobre todo en las grandes ciudades.
En el segundo trimestre la demanda neta de préstamos se ha reducido en un 42 % frente a la reducción del 38 % del trimestre anterior. Las empresas no perciben tantas oportunidades futuras y prefieren la cautela a la hora de invertir y optar también por el lanzamiento de bonos que no estaban siendo tan utilizados en los últimos años.
Todo esto lleva al BCE a anunciar un deterioro de las previsiones de crecimiento económico, que ya no eran de por sí muy alentadoras. La demanda interna ha llegado a su máximo y está descendiendo. No se tiene una percepción muy directa todavía porque venimos de un verano de récord en cuanto a consumo en turismo se refiere, pero tras la euforia y los excesos viene la contención y desaceleración. El dinamismo de la economía de los 27 se está frenando. Las subidas de los alimentos en más de un 25 % y los insuficientes esfuerzos de subidas salariales que están desembocando en una pérdida real de poder adquisitivo llevan a pensar en una más que previsible contracción de la actividad empresarial. La gran incertidumbre está en saber el grado de afectación, especialmente en el mercado laboral, ya que, si se vuelve a poner en marcha el mecanismo de bajo consumo y por tanto pérdidas de puestos de trabajo, lo que se traduce en un aumento del riesgo de impagos de créditos, las consecuencias podrían ser peores de lo esperado. El BCE sigue anunciando una inflación alta durante un tiempo, algo que tampoco invita al optimismo.
En España se ha contenido la inflación en los últimos meses en comparación con la mayoría de países de la Unión, y el escenario que se presenta se debe considerar como una oportunidad para aumentar la eficiencia en las inversiones, buscando sectores de valor añadido como la energía renovable o el vehículo eléctrico por citar algunos ejemplos, para mejorar la situación económica y la calidad de vida de la ciudadanía una vez se han terminado los estímulos artificiales. De ello dependerá que los próximos años sirvan para avanzar en la dirección del empleo de calidad y que genere demanda agregada en el exterior.