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Javier Fernández-Pacheco

Profesor de EAE Business School

La efectividad se refiere a la capacidad de alcanzar los objetivos propuestos, es decir, lograr los resultados deseados sin prestar mucha atención a los recursos empleados para ello. Por otro lado, la eficiencia implica alcanzar esos objetivos utilizando la menor cantidad de recursos posible, optimizando tiempo, dinero y esfuerzo. En términos simples, la efectividad responde a la pregunta «¿Se logró el objetivo?», mientras que la eficiencia cuestiona «¿Se logró de la mejor manera posible?».

El sector privado no puede sobrevivir sin eficiencia. En el ámbito empresarial, es fundamental para mantener la competitividad y la rentabilidad. Las empresas buscan maximizar sus beneficios ofreciendo productos y servicios que satisfagan las necesidades del mercado al menor costo posible. Una gestión eficiente permite reducir gastos operativos, mejorar la calidad y aumentar la satisfacción del cliente.

En la administración pública, sin embargo, es la efectividad la que se ocupa de cumplir con las necesidades de la ciudadanía. Los asesinatos deben resolverse, las vidas deben salvarse y la invasión de nuestro territorio por parte de un país extranjero debe repelerse.  En todos estos casos y en otros, el coste de llevarlo a cabo pasa a un segundo plano, porque lo importante es conseguir el objetivo.

Lo que ocurre es que ese loable interés por dar respuesta a los ciudadanos, puede tomar una deriva bastante peligrosa para la propia supervivencia del sistema. El problema es que una vez que un gasto se instaura en el presupuesto, puede llegar a eternizarse allí debido a la rigidez burocrática, la resistencia al cambio, los compromisos políticos y la complejidad de la normativa.

Para hacernos una idea, el gasto público, que en 2001 representaba un 38,4% del PIB, supuso un 49,5% del mismo en 2021. Y yo me pregunto, ¿son los servicios que recibimos los ciudadanos un 30% mejores de lo que eran a principios de siglo? A mí, al menos, no me lo parece.

La reciente designación de Elon Musk, CEO de Tesla y SpaceX, al frente del Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE) en la administración de Donald Trump ha reavivado el debate sobre eficacia y eficiencia, subrayando la importancia de optimizar los recursos y procesos también en el sector público, una tarea que, como hemos visto, enfrenta desafíos significativos.

A los detractores de Trump, que son muchos, les parecerá la elección de Musk una muy mala opción. Mientras que a sus partidarios, que también son muchos, les parecerá una gran idea. No entraré yo a valorar la idoneidad o no del fundador de Tesla para el cargo. Pero sí estoy convencido de que la creación de un organismo similar a éste es algo que deberían plantearse nuestros gobernantes.

El objetivo debería ser no tanto la reducción del gasto público per se, sino mantener un grado mínimo de eficiencia en la administración. Esto implica buscar y eliminar gastos superfluos y redundantes. No hacerlo podría acabar llevando a una parálisis del sistema, obligando entonces a acometer los ajustes por una vía mucho más dolorosa.