Una vez escuché a alguien decir que una de las máquinas que más había revolucionado nuestra historia no fue ni el telar, ni la imprenta, ni la máquina de vapor (que también). Fue la lavadora: de repente, ese pequeño aparato que daba vueltas sin parar dio un giro de 180 grados a muchas mujeres que, por primera vez, tenían más tiempo para dedicar a lo que quisieran.
Por eso, creo que lo verdaderamente disruptivo no es la inteligencia artificial en sí, sino el tiempo que nos libera. La pregunta clave no es solo qué vamos a hacer con este tiempo extra, sino quiénes seremos mientras lo usamos.
Y aquí quiero poner atención en las escaleras mecánicas. ¿Qué pasa cuando las usamos? Que nos paramos. ¿Va a pasar algo similar con la introducción de nuevas tecnologías en nuestro día a día laboral? ¿Vamos a quedarnos parados con todo el tiempo liberado? Estoy convencida de que la verdadera disrupción no es tecnológica, sino mental, y se traduce en pasar de ser trabajadores del conocimiento a trabajadores del pensamiento, donde tener criterio y pensamiento crítico se ha convertido en más necesario que nunca. El riesgo no está en que la inteligencia artificial se equivoque, el riesgo está en que dejemos de cuestionarla. Confiamos ciegamente en que las nuevas tecnologías son infalibles, pero no lo son. Y menos aún, neutrales. Que un algoritmo decida por ti, ¿te da o te quita poder?
Y así como la tecnología nos ha hecho expertos en hacer prompts para pedir a las máquinas que funcionen mejor… ¿Qué pasaría si usamos esa capacidad también hacia nosotros mismos? ¿Y si nos “entrenamos” como entrenamos a las máquinas? Imagínate una sociedad donde nos enseñamos a formular mejores preguntas, no solo para responder, sino para descubrir. Esa también sería una verdadera disrupción.
Otra, sería ser conscientes de que, hasta ahora, hemos utilizado los datos para medir lo productivos que somos: cuántas horas trabajamos, cuántas tareas completamos, cuántos pasos damos al día. Pero, ¿y si redirigimos esa mirada hacia el impacto que las máquinas tienen en nosotros? Podríamos preguntarnos: ¿nos generan estrés o nos liberan de él? ¿Aumentan nuestra empatía o nos aíslan? ¿Nos acercan a nuestras metas personales o solo a los objetivos empresariales?
Dicen que hay una maldición china que lo único que te desea es: “Ojalá vivas momentos interesantes”. Sin lugar a dudas, el momento en el que nos ha tocado vivir lo es. Llegados a este punto, podemos llegar a pensar que la tecnología es un poco como la comida: nuestra salud depende en gran medida de cómo nos relacionemos con ella, porque forma parte de nuestra vida, pero también le da forma. Quizá por ello, la verdadera innovación no está en un algoritmo que optimiza nuestra productividad, sino en uno que contribuye a mejorar nuestra vida.
La verdadera innovación está en imaginar tecnologías que nos hagan mejores no solo en lo que hacemos, sino en quiénes somos. La mayoría de las tecnologías están pensadas para hacer algo mejor y no para hacer a alguien mejor, y eso es lo verdaderamente interesante. Porque las tecnologías disruptivas no son lo que vienen a cambiarlo todo, sino a todos. Así que la pregunta no es si la IA va a cambiar el mundo. La pregunta es: ¿te atreves a cambiar con ella? El futuro no es algo que viene, es algo hacia lo que vamos, por eso es clave elegir muy bien la dirección. Asegurémonos de no hacer una sociedad llena de smartphones y silly people.