Lola Mateos Salvador

Directora Ejecutiva DNT Non Woven Fabrics, S.A. y miembro de la AEDRH

  

 

 

El mundo laboral en la empresa privada ha cambiado. Lo que durante décadas consideramos una certeza —una relación “para toda la vida”— es hoy una excepción. En su lugar, emerge un talento que no busca permanencia, sino crecer, aprender y evolucionar. Esta transformación de expectativas no debería verse como una amenaza, sino como una oportunidad para replantearse la gestión de personas.

La naturaleza humana es cambiante. Lo que ayer nos motivaba, mañana puede resultarnos insuficiente. Las nuevas generaciones no solo valoran el salario o la estabilidad; buscan propósito, flexibilidad, conexión con sus valores, conciliación, desarrollo personal y suma y sigue. Así, estamos detectando en las empresas que, en ocasiones, la movilidad laboral no es un problema que corregir en sí mismo, sino una consecuencia natural de un ecosistema profesional que se redefine constantemente y que hay que afrontarlo.

Pretender retener talento a toda costa es negar esta dinámica. En mi opinión, más inteligente es aceptar que la permanencia no siempre es sinónimo de éxito. No se trata únicamente de poner una carita verde al KPI de rotación. El verdadero reto para Recursos Humanos no es evitar que las personas se vayan, sino mantenerlas comprometidas mientras estén. Crear entornos de trabajo donde las expectativas puedan evolucionar sin tensiones se convierte en una estrategia clave para el éxito.

La rotación no es una tragedia. Cada salida, o entrada, puede abrir una puerta al aprendizaje, a nuevas ideas y a la renovación cultural de la organización. Como bien decía Henry Ford: “Sólo hay algo peor que formar a tus empleados y que se vayan: no formarlos y que se queden.” Bajo esta perspectiva, gestionar la movilidad es parte (y arte) esencial de una cultura organizacional moderna.

Adaptarse implica prepararse. No se trata solo de esperar a que alguien decida irse para reaccionar, sino de construir desde dentro una organización resiliente. Planes de sucesión, desarrollo continuo de habilidades y sistemas de gestión de talento ágiles son pilares fundamentales. Cuando un talento decide irse por cuestiones que se aleja de las actuaciones de la empresa o se alejan de su propósito, no debería dejar un vacío: debería dejar un legado de conocimiento aprovechado y bien distribuido.

Además, fomentar una cultura de feedback constante permite anticipar cambios, escuchar necesidades emergentes y fortalecer el vínculo durante todo el ciclo de vida del empleado. La comunicación continua sustituye la supervisión rígida, haciendo que la gestión de personas sea flexible, efectiva y en definitiva, más humana.

En un entorno donde la imprevisibilidad es la nueva normalidad, las organizaciones que triunfen no serán las que más retengan, sino las que mejor se adapten. Incorporar tecnología para anticipar tendencias, usar metodologías ágiles para reaccionar con rapidez y entender que las expectativas de hoy no serán las mismas mañana es crucial.

El talento de hoy es móvil, inquieto y ambicioso. Y eso, lejos de ser una amenaza, puede ser el mejor motor de innovación, crecimiento y resiliencia para las organizaciones que estén dispuestas a evolucionar junto con él.

Basta ya de hablar de retención de talento como si quienes gestionamos equipos fuésemos diques. La rotación es una realidad inevitable. Pero cada uno de nosotros puede decidir desde dónde gestionarla: desde el miedo o desde la inteligencia emocional. Llevarlo hacia nuestra inercia de crecimiento, adaptarlo a nuestra misión y visión como empresa, y asumirlo como parte del camino. Sea cual sea el sector, sea cual sea el propósito.