El Black Friday se ha convertido en uno de los grandes hitos comerciales del año, pero su magnitud actual ha transformado profundamente el tipo de riesgo al que se exponen las empresas. Lo que comenzó como una simple campaña promocional es hoy un ejercicio de presión operativa, un punto crítico para la reputación corporativa y, sobre todo, un auténtico test de resiliencia digital. En un entorno hiperconectado, el éxito comercial del día más intenso del calendario convive con un incremento significativo de la vulnerabilidad, que afecta tanto a compañías consolidadas como a pequeñas organizaciones que dependen del canal online.
La complacencia como amenaza estratégica
La mayoría de directivos confía en que su organización está razonablemente protegida. Existe la percepción de que un conjunto de herramientas básicas —contraseñas robustas, doble factor, protocolos internos— es suficiente para afrontar una jornada de este calibre. Sin embargo, la principal amenaza no suele estar en la tecnología, sino en la complacencia. La idea de que “esto no nos va a pasar”, sumada al ritmo frenético de la jornada, abre la puerta a errores que un día normal serían poco probables. La presión por responder rápido, gestionar picos de demanda o resolver incidencias provoca que cualquier empleado pueda ser víctima de un engaño, y que un gesto tan simple como abrir un correo aparentemente legítimo desencadene un incidente mayor.
IA: el nuevo acelerador del riesgo corporativo
La inteligencia artificial está intensificando este fenómeno. Los atacantes —ya no necesariamente expertos— utilizan herramientas que les permiten generar mensajes fraudulentos casi indistinguibles de los reales, clonar voces de responsables financieros o reproducir identidades digitales de una manera que hace apenas unos años era impensable. El resultado es un escenario en el que los ataques más sencillos se vuelven extraordinariamente eficaces, no por su complejidad técnica, sino porque se infiltran en un momento en el que la atención está dispersa y los equipos operan al límite.
El dato como objetivo central del cibercrimen
El tipo de objetivo también ha cambiado. Hoy no se busca únicamente el fraude económico: el activo más valioso es el dato. El volumen de información que circula en Black Friday es gigantesco, desde credenciales y direcciones hasta historiales de compra, accesos a sistemas internos o patrones de comportamiento. Cualquier empresa que gestione información sensible —aunque no sea un gran actor del mercado— se convierte en un objetivo atractivo. Un único punto débil en un proveedor pequeño puede abrir una brecha que afecte a toda una cadena de suministro.
El factor humano: una vulnerabilidad cognitiva
El factor determinante sigue siendo humano. Según ISACA, “diversos informes sugieren que el error humano es responsable de más del 90 % de las brechas de ciberseguridad” (ISACA Journal, Vol. 5, 2024). Este dato refleja que la mayor parte de los incidentes no comienza con un ataque sofisticado, sino con una decisión cotidiana tomada bajo presión. Es un riesgo cognitivo más que técnico: en un entorno de saturación, el cerebro interpreta lo que parece coherente, no necesariamente lo que es verdadero. Durante el Black Friday, ese sesgo se amplifica.
La regulación como acelerador de madurez digital
A este escenario se suma la nueva realidad regulatoria europea. Normativas como NIS2, DORA, la AI Act o la Data Act están obligando a las empresas a revisar sus modelos de gobernanza digital y a reforzar sus capacidades de prevención y respuesta. Aunque en ocasiones se perciben como un desafío administrativo, en la práctica están actuando como aceleradores de madurez: clarifican responsabilidades, ordenan procesos, profesionalizan la gestión del riesgo y fortalecen la continuidad operativa. Las organizaciones que ya han interiorizado este marco regulatorio llegan al Black Friday con una base más sólida que aquellas que aún entienden la ciberseguridad como un apéndice técnico.
El Black Friday como espejo de la empresa
En este contexto, la preparación no puede limitarse a la tecnología. Para los comités ejecutivos, la cuestión central es estratégica: cómo garantizar la continuidad del negocio en el día de mayor exposición del año. La respuesta pasa por integrar la ciberseguridad en la cultura corporativa, reforzar la comunicación interna, anticipar escenarios, trabajar con proveedores confiables y elevar la conciencia digital de todos los equipos. La rapidez y la agilidad son necesarias para vender, pero la calma y la previsión son esenciales para proteger la operación.
El Black Friday es, en realidad, un espejo. Revela hasta qué punto una organización ha avanzado en su transformación digital, cómo gestiona la presión, qué nivel de madurez tiene su gobierno interno y de qué manera se articula la relación entre personas, tecnología y procesos. Las empresas que lo entienden como un simple evento comercial se enfrentan a una vulnerabilidad innecesaria. Las que lo ven como un hito estratégico aprovechan la ocasión para reforzar su posición, proteger su reputación y demostrar que la resiliencia ya no es un concepto, sino una ventaja competitiva.








