Ernesto Campos Campillo, Economista-Asesor Fiscal en Liber Partners Tax & Legal | Profesor de la Universidad Internacional de Valencia (VIU)
La subida estructural de precios ha reducido la capacidad de ahorro de los hogares. ¿Qué errores de planificación son más frecuentes cuando el presupuesto ya llega tensionado antes de las compras navideñas?
Cuando los precios suben durante meses, muchos hogares llegan a diciembre con el presupuesto ya en tensión. Y ahí aparece el primer error: planificar la Navidad como si fuera un mes más. Diciembre nunca es un mes normal. Es el que concentra la mayor parte del gasto extraordinario: regalos, celebraciones, desplazamientos y decisiones emocionales que se acumulan en pocas semanas. No son gastos fijos, pero sí son inevitables y previsibles. Aun así, muchas familias no los incorporan a tiempo a su planificación.
El segundo error es mantener un presupuesto mental desactualizado. En un entorno inflacionario, seguir operando con cifras antiguas es como navegar con un mapa que ya no coincide con la costa. Las hipotecas han subido, la cesta de la compra pesa más y los suministros son más caros. Si el presupuesto no incorpora estos nuevos precios, nace cojo. A esto se suma un clásico: la infraestimación de los pequeños gastos. Parecen inofensivos —10 euros aquí, 15 allá—, pero juntos pueden convertirse en una bola de nieve que desestabiliza el mes.
El tercer error es la ausencia de prioridades claras. Sin una jerarquía, el dinero fluye hacia impulsos del momento en lugar de hacia necesidades reales. En un mes tan emocional como diciembre, ese desorden se amplifica. Lo que falla no es la emoción navideña: lo que falla es llegar sin un plan.
En la economía doméstica, diciembre no perdona: si no llegas con el plan hecho, la emoción decide por ti.
Habla del «espejismo de liquidez» que provoca la paga extra. ¿Por qué es tan habitual sobreestimar esta entrada puntual de dinero y qué riesgos genera?
La paga extra produce un efecto psicológico potente: la interpretamos como dinero nuevo, aunque es salario anual concentrado en un solo pago. De repente, el saldo sube y sentimos una capacidad económica mayor de la real. No vemos salario adelantado; vemos “dinero extra”. Ahí nace el espejismo.
El problema es que este ingreso llega en el momento de mayor presión emocional del año: publicidad, regalos, expectativas familiares y planes sociales. Es fácil pensar que “hay margen” y tomar decisiones que en otro momento no tomaríamos. Surgen riesgos concretos: gastar por encima de la realidad y descuidar las obligaciones del mes siguiente.
Porque si diciembre concentra el mayor gasto extraordinario, el primer trimestre acumula pagos estructurales: seguros, matrículas, cuotas anuales, suministros actualizados… Si la paga extra se consume sin dejar margen, enero se convierte en una cuesta real y muchas familias terminan recurriendo a la tarjeta o a pequeños préstamos.
La paga extra parece un regalo, pero es salario en diferido: si la tratas como magia, enero te enseña el truco.
¿Qué elementos debería incluir un presupuesto realista que contemple la subida de precios y los costes fijos del primer trimestre?
Un presupuesto útil no es una tabla de cifras, sino un mapa que orienta. Para que funcione, debe partir de datos reales, no de cifras cómodas del pasado. Si vivienda, energía, alimentación o transporte han subido —y lo han hecho—, el presupuesto debe reflejarlo. Trabajar con precios antiguos es como conducir mirando un retrovisor empañado.
El segundo elemento es anticipar el arranque del año. Enero, febrero y marzo concentran pagos estructurales que no dependen de nuestra voluntad: seguros, cuotas, matrículas, renovaciones o recibos energéticos más altos. Son obligaciones conocidas, pero muchas veces olvidadas. Reservar parte de la liquidez navideña —aunque sea poco— evita que enero empiece cuesta arriba.
Por último, es clave contar con un pequeño colchón de imprevistos. No es un lujo: es estabilidad. En un entorno de precios volátiles, un margen evita que cualquier sobresalto rompa el equilibrio. Y conviene marcar un límite emocional al gasto navideño: actúa como un airbag financiero.
Un presupuesto no adivina el futuro: evita que lo que pase te pille desprevenido.
¿Se pueden mantener las celebraciones navideñas sin renunciar a la prudencia económica?
Sí, completamente. La clave no es gastar menos, sino cambiar el enfoque y “gastar mejor”: priorizar, planificar y dirigir recursos hacia lo que importa. Muchas veces lo que encarece la Navidad no es la celebración, sino cómo la organizamos. Por eso es útil asignar una cifra concreta a cada evento —cena, regalo, actividad— en lugar de manejar un presupuesto global. Cuando cada ocasión tiene su marco financiero, se reduce la improvisación y desaparecen las sorpresas.
En los regalos, ayudan las reglas familiares: limitar el número de presentes, fijar un rango de precios o priorizar regalos con valor emocional. En reuniones familiares, los menús colaborativos reparten el esfuerzo económico y reducen la presión sobre el anfitrión.
La anticipación también es clave. Las compras de última hora suelen ser más caras y menos eficientes. Comprar con tiempo permite comparar precios y evitar decisiones impulsivas que luego pesan en enero.
La Navidad no se encarece por lo que haces, sino por cómo lo decides: cuando planificas, la magia cuesta mucho menos.
¿Qué hábitos financieros deberían consolidarse para evitar que diciembre sea sinónimo de tensión?
La estabilidad de diciembre se construye durante los otros once meses. El primer hábito es prorratear mentalmente las pagas extra: entenderlas como salario anual concentrado. Reservar una parte para enero es una decisión muy eficaz.
El segundo hábito es automatizar el ahorro. No importa tanto la cantidad como la constancia. Si el ahorro sale automáticamente de la cuenta el día que entra el salario, no compite con el gasto del mes ni se “evapora” en pequeñas decisiones. Si el ahorro no pasa por tus manos, tampoco pasa por tus impulsos.
El tercer hábito es revisar el presupuesto cada tres meses. En un contexto inflacionario, los precios cambian con rapidez. La revisión trimestral permite anticiparse y evita llegar a diciembre con un mapa que ya no coincide con la realidad.
La paz financiera de diciembre se construye en marzo, junio y septiembre; no la arregla un solo mes.
Si tuviera que sintetizar en tres decisiones clave las acciones que más pueden proteger la economía doméstica en estas semanas, ¿cuáles serían?
La primera es fijar un límite claro —económico y emocional— al gasto navideño. No significa frenar la celebración, sino definir hasta dónde se puede llegar… y hasta dónde no. En un mes lleno de estímulos, esa claridad actúa como protección.
La segunda es reservar parte de la paga extra para enero. Incluso un porcentaje pequeño garantiza un inicio de año más estable, sin recurrir al crédito. Enero siempre llega con más obligaciones; blindarlo con antelación es un gesto inteligente.
La tercera es priorizar. No todo lo navideño tiene el mismo peso emocional. Distinguir entre lo significativo y lo impulsivo permite invertir en experiencias y calidad compartida, reduciendo gasto y aumentando satisfacción. Son tres pasos sencillos, pero combinados tienen un efecto multiplicador en estabilidad y tranquilidad.
Si decides con cabeza en diciembre, enero te tratará con cariño; si decides con prisa, te pasará factura.









