La española Oscillum, galardonada en los Premios Jóvenes Inventores por sus etiquetas inteligentes

Los jóvenes inventores Pilar Granado, Pablo Sosa Domínguez y Luis Chimeno han sido reconocidos con el Premio del Público en los Premios Jóvenes Inventores 2025 de la Oficina Europea de Patentes gracias a su innovación: unas etiquetas inteligentes y biodegradables que monitorizan en tiempo real la frescura de los alimentos. El galardón, decidido por votación popular abierta a todo el mundo, pone en valor el potencial de esta tecnología para combatir el desperdicio alimentario y mejorar la seguridad en la cadena de suministro. En esta entrevista, nos cuentan cómo nació la idea, cómo funciona la solución y qué significa para ellos este reconocimiento internacional.

 ¿Cómo nació la idea detrás de las etiquetas inteligentes? ¿Fue realmente una anécdota cotidiana la chispa que encendió el proyecto? ¿Qué papel jugó su formación científica y su convivencia como estudiantes en el desarrollo del invento?

La idea surgió de una situación que creo que todos hemos vivido alguna vez. Un domingo, a final de mes, abrí la nevera y me encontré con un filete de pavo de aspecto viscoso y colores poco agradables. Entonces tenía dos opciones: preparar otra cosa o arriesgarme. Les conté a mis compañeros, con quienes compartía piso en ese momento, que justo estábamos estudiando los parámetros organolépticos, así que decidí aplicar lo aprendido: lo cociné… y sobreviví.

A partir de ahí se generó una broma entre nosotros: toda la comida con mal aspecto, dásela a Pablo, porque él se la come. Fue la verdadera necesidad lo que nos llevó a plantearnos si un alimento estaba en buen estado o no. Como somos biotecnólogos y empezamos la carrera con la intención de resolver problemas de la vida cotidiana, vimos una oportunidad. Había una falta clara de información, y ahí fue donde todo empezó.

¿Cómo funciona exactamente la tecnología para detectar el crecimiento bacteriano y qué tipo de alimentos abarca? ¿Qué obstáculos técnicos tuvieron que superar para llegar a una solución funcional y aplicable a escala?

La tecnología funciona a través de una etiqueta que se coloca en contacto directo con el alimento y cambia de color según su estado. Cuando la etiqueta muestra un color blanquecino, indica que el alimento está fresco y se puede consumir perfectamente. Si el color se torna grisáceo, significa que el alimento debe consumirse pronto porque se está acercando la fecha de caducidad. Finalmente, cuando la etiqueta muestra un color completamente oscuro, indica que el alimento ya está en mal estado debido a un alto nivel microbiológico, lo que implica un riesgo de enfermarnos si se consume.

El icono de la etiqueta integra indicadores químicos que reaccionan, permitiendo detectar en tiempo real el estado microbiológico del alimento. La tecnología está diseñada para funcionar en alimentos en los que pueden proliferar bacterias, principalmente carnes frescas, pescados, comida cocinada, sobras y alimentos precocinados. No funciona en alimentos en los que no se produce dicho crecimiento bacteriano.

¿Cómo podría impactar vuestra innovación en países en vías de desarrollo, donde la refrigeración es un reto?

Esta innovación supone el descubrimiento de un nicho de mercado en vías de desarrollo o, más específicamente, en aquellos países que no cuentan con infraestructuras alimentarias optimizadas. Por ejemplo, Arabia Saudí, a pesar de ser un país desarrollado, enfrenta retos importantes para mantener la cadena de frío debido a su ubicación geográfica. En contextos como este, nuestra tecnología marca la diferencia al ofrecer un indicador claro de si un producto sigue cumpliendo con la normativa. En Europa, su implantación es diferente: aquí, la seguridad alimentaria ya está muy estandarizada, pero es el propio consumidor quien demanda cada vez más este tipo de soluciones para verificar la calidad y la frescura de los alimentos.

En países africanos como Botsuana, Ghana o Congo, así como en varios países de Latinoamérica, ya hemos realizado pruebas y existe un gran interés por adoptarla. En definitiva, los mercados donde esta tecnología aporta mayor valor son precisamente aquellos donde reforzar la seguridad alimentaria sigue siendo una prioridad.

Oscillum ha pasado de ser un proyecto universitario a una empresa en crecimiento. ¿Qué ha sido clave para ese salto?

Creemos que la clave está en aprender de los errores. Empezamos este proyecto en tercer año de carrera, y en la universidad no se impartían conocimientos sobre emprendimiento ni gestión empresarial, así que todo el proceso ha sido un aprendizaje a base de ensayo y error. Nos hemos encontrado con muchos obstáculos y hemos invertido mucho tiempo, ya que ninguno de nosotros tenía formación en Administración y Dirección de Empresas, por lo que hemos tenido que ir formándonos sobre la marcha.

¿En qué sectores (distribución, horeca, retail, agroindustria) estáis encontrando más interés o colaboración actualmente? Vuestra innovación contribuye directamente a varios Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), como Hambre Cero, Salud y Bienestar, y Acción Climática. ¿Cómo medís ese impacto? ¿Tenéis datos o estimaciones de reducción de desperdicio o emisiones desde que comenzó la comercialización?

La comercialización acaba de empezar: comenzó en febrero de este año. Hasta entonces, estuvimos desarrollando la tecnología y obtuvimos una subvención europea que nos permitió finalizarla. La fase de industrialización ha concluido recientemente y ya contamos con estimaciones de impacto. Un dato ilustrativo: si lográramos reducir un 10 % del desperdicio de alimentos en Europa gracias a esta tecnología, evitaríamos la emisión de más de 2,4 millones de toneladas de CO₂. Ese 10 % se basa en la confusión que existe sobre el estado de los alimentos, ya que gran parte del desperdicio se produce porque no sabemos con certeza si un producto sigue en buen estado o no. Es importante distinguir el desperdicio de la pérdida alimentaria: la pérdida es, en muchos casos, inevitable, pero el desperdicio sí se puede prevenir. Además de reducir el desperdicio, nuestra tecnología también contribuye a evitar intoxicaciones alimentarias, que siguen ocurriendo incluso con el exceso de comida desechada: cada año se registran más de 23 millones de casos. Con nuestra solución, queremos abordar ambos problemáticas.