Javier Fdez Aguado

Javier Fernández Aguado

Socio Director de MindValue

Cuando en 1995 falleció prematuramente mi padre, Enrique Fernández Peña, eché en falta conocer mejor su desarrollo profesional. En concreto, cómo llegó a ser uno de los adalides de la contabilidad y la auditoría en España cuando todavía las Big Four ni estaban ni se las esperaba. Luego, a lo largo de 25 años de trato con uno de sus mejores amigos, José María Fernández-Pirla, recientemente fallecido, fui profundizando en la relevancia de sus aportaciones a las ciencias económicas y financieras.

Muchas veces a lo largo de los más de cinco lustros desde el salto de mi progenitor al más allá, me propuse que mis hijos pudieran disponer de un texto sobre mis experiencias vitales. Es el motivo que me ha impulsado a dedicar cuantiosas horas a redactar unas memorias que en la actualidad tengo prácticamente finiquitadas. A falta, claro está, del periodo que Dios tenga previsto que siga aún por estos lares.

Hasta el momento -y a pesar de mi obvia mocedad: joven es quien tiene mi edad y menos-, he tenido ocasión de tratar, con mayor o menor intensidad, a presidentes de gobierno: desde el italiano Giulio Andreotti, al peruano Alán García, al colombiano José Manuel Santos, al ecuatoriano Lenin Moreno o al español Felipe González. He mantenido largas conversaciones con referentes de la economía española, desde los ministros tecnócratas Alberto Ullastres o Laureano López Rodo, a expertos de la talla de José Barea, el mencionado José María Fernández-Pirla o el aún activo Eduardo Bueno Campos. La lista de presidentes y CEOs con los que tenido o tengo relación alargaría innecesariamente estas líneas. Solo en el ámbito financiero, desde el presidente del banco Atlántico -José Ferrer-Bonsoms-, al del banco Popular, cuando fue la mejor entidad financiera europea -Luis Valls-Taberner-, a sucesivos de Caixabank, del Grupo Santander, a José Luis Ávalos, de Compartamos, y muchos más.

En casi cuarenta años de vida profesional activa he recorrido medio centenar de países por motivos profesionales y he conocido a decenas de rectores de universidad de diversos continentes, a docenas de responsables de medios de comunicación, a innumerables directivos de empresas grandes y pequeñas, nacionales y multinacionales. De casi todos he aprendido; en casos puntuales, he debido fijarme, por su torpeza comportamental, en lo que no debería repetirse. 

Algunos se hallan en plena actividad -Ofelia de Santiago, Sandra Ibarra, Pilar Gómez-Acebo, Ricardo Hernández García, Rodrigo Jordán, Marta Prieto, María Victoria de Rojas, Santiago Gangotena…- y otros dejaron este mundo, en circunstancias divergentes, como Publio Cordón, José Antonio Pérez López, Enrique Alcat o Pablo Bofill de Quadras.

De eso y de mucho más hablo en mis memorias, cuya edición, de llegar a tener lugar, no será cercana. Un motivo principal es que la objetividad es más andadera cuando los sucesos han quedado razonablemente anclados en el pasado.

Uno de los elementos que, en su momento, quizá genere interés es el anexo en el que incluyo una selección de libros que me han ayudado. En cuarenta y cinco años de actividad lectora, han pasado por mis manos más de nueve mil volúmenes. Casi sin excepción, cada vez que he concluido uno, he elaborado un escueto resumen. Por eso me ha sido viable listar quinientos que considero relevantes y que, en cualquier caso, a mí me han facilitado la existencia, también en tramos complejos por los que -como todo hijo de vecino- he surcado: desde accidentes graves a enfermedades signifcativas, contradicciones profesionales, tropiezo con golfos en lo académico o en lo financiero, traiciones de algunos en quienes había depositado confianza, etc. Con todo, la suma de personas con valores, de profesionales éticos, de buena gente es indudablemente superior. Con periodos agrestes y otros andaderos vamos madurando.

Quería hoy proponer siete libros para abrir boca. Son de estilos y autores desemejantes. Comienzo con Ética a Nicómaco, del griego Aristóteles. ¡Un compendio de sabiduría antropológica! Para facilitar su lectura, preparé una versión entendible para mis contemporáneos que fue publicada en la editorial LID. 

El caballo rojo (Il cavallo rosso) es una obra de arte literaria escrita con claros tonos autobiográficos por el lombardo Eugenio Corti, con quien tuve ocasión de consolidar una buena amistad durante mis años en Italia. 

Mi tercera opción procede de la pluma del norteamericano Gary Chapman: Los cinco lenguajes del amor. Un argumento casi miniado para entender cómo es preciso circular del enamoramiento -esa fugaz estupidez por la que todos transitamos- al amor, acto que procede de la voluntad. En forma sintética: lo importante no es si te casaste con la persona que querías, sino querer a la persona con la que te casaste.

La cuarta recomendación la firmó el holandés Erasmo de Rotterdam: Educación del príncipe cristiano. Con una sensatez y norma que ojalá hubiera aplicado a sí mismo, como detallo en 2000 años liderando equipos (Kolima) al garabatear su traición a Tomás Moro, propone instrucciones válidas para cualquier persona. 

Más reciente en el tiempo, encontramos dos investigaciones altamente respetables: las de Josep Capell y Enrique Sueiro, con los títulos, respectivamente, de Aprender a gobernar de los mejores y Brújula directiva. 25 horizontes. Sublimes compendios y propuestas para quienes aspiran a timonear. 

La última referencia de hoy es de dos autores que arrancaron a escribir con diez años cumplidos y acaban de culminar su texto con doce. Se trata de Enrique Fernández de la Torre y Javier Casquet Rivero. El título es Trayectoria manipulada, primorosamente publicado por El Club de la Niebla. Sin entrar en análisis morales aristotélicos, de quien probablemente conocen solo el nombre, los dos prosistas plantean una aventura en la que la rectitud está permanentemente presente. A nadie dejan atrás, porque son un equipo y la centralidad siempre es cada persona, no un genérico ideal. 

Cuando tantos despotrican contra la juventud actual, disfrutar de Trayectoria manipulada es aprestarse a respirar el aire fresco de esas gratificantes olas de creatividad que acarrean las nuevas generaciones.