Ya lo decía Sancho en Don Quijote: «Dime con quién andas, decirte he quién eres». Basta con saber con quién va uno para adivinar su forma de ser, de pensar y –por qué no– hasta su signo político.
Estamos en tiempos de campaña electoral, una vez más. La puesta en escena de los políticos es cada vez más cuidada, en la que el color juega un rol relevante. Al azul del PP, el rojo del PSOE, el naranja de CIUDADANOS y el morado de PODEMOS, se ha sumado recientemente el verde de VOX.
Tradicionalmente el azul se ha vinculado, según la psicología de los colores, con la profesionalidad, la estabilidad, la credibilidad, la confianza. El rojo siempre fue representativo de la vitalidad, la pasión y entusiasmo. Por su parte, el naranja se relaciona con la alegría y la juventud, evoca el optimismo y la modernidad. El morado se ha revelado afín al misterio, a la magia, así como a la sabiduría y el poder (no en vano fue el color del clero y de la nobleza).
Estos han sido en los últimos años los cuatro colores que han avivado nuestra escena política. Pero en el último año ha aflorado con fuerza –nunca mejor dicho– el color verde, normalmente asociado con movimientos ecologistas. Las propiedades psicológicas del verde nos dicen que es un color tranquilizante (por ello, es el de los hospitales), que simboliza seguridad y esperanza.
En el entorno profesional en el que me muevo, el de la protección y defensa de las marcas, el color ha adoptado en los últimos tiempos un papel incluso más transcendental. Pero el color aislado no tiene carácter distintivo para ningún producto o servicio, salvo en circunstancias excepcionales; si se diferencian suficientemente respecto a otras marcas. Son casos muy puntuales, aquellos casos en los que el solicitante pueda demostrar que la marca consistente en un color sea inusual, que resulte llamativa en relación con los productos o servicios específicos o que hubiere adquirido un carácter distintivo como consecuencia del uso que se ha hecho de la misma, es decir, que sea capaz de distinguir ciertos productos y servicios de los de otras empresas. Se trata de casos muy puntuales, como la marca de la Unión Europea consistente en el color lila o morado para chocolate registrada por Kraft Foods, o el registro por parte de Deutsche Telecom del color magenta para servicios de telecomunicaciones, o el registro por 3M del amarillo para notas autoadhesivas, o el rojo para martillos perforadores de Hilti o el registro que obtuvo Chep del color azul para palés.
Las empresas buscan diferenciarse no solo con los productos que comercializan o los servicios que prestan, sino a través de su identificación con uno u otro color, que tratan de proteger -no siempre con igual suerte- como marca. En el mundo de la telefonía el azul es el color de TELEFÓNICA, el naranja de ORANGE, el rojo de VODAFONE y el morado de ONO y de YOIGO; en el sector de la banca todos relacionamos el azul con BBVA y SABADELL, el rojo con SANTANDER, el verde con BANKIA y el naranja con BANKINTER o ING; en el sector de los seguros el rojo es MAPFRE o LÍNEA DIRECTA, el azul seguramente PELAYO o MUTUA MADRILEÑA y el naranja VERTI; en el chocolate, el rojo es NESTLÈ y el morado MILKA.
Lo más habitual es, sin embargo, que estos intentos de registro no salgan adelante. Se pretende evitar que se produzcan injustificados monopolios sobre tonalidades de colores, lo que podría en última instancia generar una ventaja competitiva no justificada para su titular en detrimento de los nuevos comerciantes. Algunos casos de denegación de marcas en el ámbito de la Unión Europea son el rojo del Banco Santander y el azul de BBVA en el sector de la banca, o el naranja de Orange y el azul de Telefónica en el de las telecomunicaciones.
En el ámbito de la política, la percepción psicológica de los colores y su asociación a una u otra enseña no se alinea con su capacidad distintiva y su registrabilidad. No parece que los partidos políticos estén especialmente atraídos por el registro de sus colores como marca, seguramente porque, al margen de las dificultades que podrían encontrar, cada signo político tiene su propio color, esté o no registrado. Han conseguido que relacionemos el azul, el rojo, el naranja, el morado y el verde a una insignia política, y no a una forma de ser.
Dime qué color prefieres y te diré cómo eres… o a quién votas.