Hay una frase muy célebre del poeta británico, Alexander Pope, que dice: “Errar es de humanos, perdonar es divino, rectificar es de sabios”. Partiendo de la premisa de que Pedro Sánchez, presidente del Gobierno, ni es divino ni sabio, pero sí humano (al menos no hay indicios de lo contrario), hay que valorar en su justa medida la decisión que ha tomado de acabar con diez meses de crisis con Marruecos y con cuarenta y seis años de una perfecta inoperancia en la situación del Sáhara. Se podrá valorar como lo ha hecho, no tanto el fondo como en las formas, pero no seré yo, muy crítico y duro con la mayoría de sus acciones, quien le cuestione en esta ocasión, sino todo lo contrario.
El 18 de marzo, Marruecos y España han dado por cerrada su crisis diplomática, después de que el Gobierno español haya abandonado su tradicional postura de neutralidad en el conflicto del Sáhara y haya tomado partido por Rabat, al igual que hicieron Estados Unidos, Alemania y Francia. Al igual que estas grandes potencias, España considera que la propuesta de autonomía formulada en 2007 por Marruecos “como la base más seria, realista y creíble para la resolución del contencioso de la excolonia española”.
El cambio de posición se plasmó con el envío de una carta dirigida por Pedro Sánchez al rey Mohamed VI, que hizo pública el Gabinete Real de Marruecos. Los dos países, como subraya Sánchez en la misiva, “están indisolublemente unidos por afectos, historia, geografía, intereses y una amistad compartida” y se muestra “convencido de que los destinos de los dos pueblos también lo son” y que “la prosperidad de Marruecos está ligada a la de España, y viceversa”.
El 31 de marzo, Pedro Sánchez habló por teléfono con el rey Mohamed VI y el 7 de abril ambos se reunieron en persona en el palacio real de Rabat para trazar las líneas maestras de esta asociación aparentemente reforzada. El jefe del Gobierno incluso compartió un Iftar (comida para romper el ayuno durante el mes de Ramadán) con el soberano marroquí en su residencia privada, algo muy poco frecuente, ya que está reservado a los invitados a los que el rey Mohamed VI tiene la máxima consideración.
La atención prestada al Jefe de Gobierno es proporcional al giro que van a tomar las relaciones con nuestro vecino más cercano del sur, en lo político, económico, comercial, cultural y de seguridad.
Al leer el comunicado conjunto emitido al final de esta reunión, no podemos sino congratularnos. Para Pedro Sánchez «es un momento histórico» porque «iniciamos una nueva etapa en las relaciones bilaterales basadas en una comunicación permanente, en la transparencia, en el respeto mutuo, y también en el respeto de los acuerdos firmados.» Ambas partes acordaron una hoja de ruta «ambiciosa que va a guiar el desarrollo de esta nueva fase entre ambos países».
Esta hoja de ruta abarca todos los ámbitos de la asociación entre Marruecos y España e incorpora todas las cuestiones de interés común, incluidas las que han sido más problemáticas hasta ahora. Se restablecerá la plena normalización de la circulación de personas y mercancías de forma ordenada, se reactivará un grupo de trabajo sobre la delimitación de los espacios marítimos en la fachada atlántica para lograr avances concretos, se reforzará la cooperación en el ámbito de la migración, la cooperación en el ámbito cultural, pero también en el educativo. Todos ellos son proyectos estratégicos que una alta comisión conjunta revitalizará de aquí a finales de año.
Mientras tanto, las dos partes no quieren perder tiempo y son muy operativas. Así, al día siguiente de esta cumbre, anunciaron la reanudación progresiva del tráfico marítimo entre los puertos marroquíes y españoles a partir del 12 de abril para los pasajeros no motorizados y los autocares y del 18 de abril para los pasajeros con coche.
Además de poner fin a la crisis diplomática, este «reencuentro» habrá servido para obtener garantías de que no se repetirán la entrada irregular masiva de inmigrantes, como los ocurridos en marzo del año pasado en Ceuta, o la extensión de la zona económica exclusiva marroquí hasta aguas de Canarias; y de que se respetará la integridad territorial de España, incluidas las dos ciudades autónomas del norte de África, y que Marruecos redoblará sus esfuerzos en la gestión de los flujos migratorios en el Mediterráneo y el Atlántico.
Por su parte, España también se compromete a respetar la integridad territorial del Reino de Cherif, cuyos derechos sobre el Sáhara no puede seguir discutiendo razonablemente. Ningún país sabe mejor que España a quién pertenece este territorio, ya que fue la potencia ocupante desde 1884 hasta 1976 y trazó las fronteras con Francia, también país colonizador.
Después de más de 45 años de conflicto y de la búsqueda de una solución que ponga fin al mismo de una vez por todas, Madrid está del lado de la razón, mientras que el corazón nos ha llevado a cerrar los ojos ante la instrumentalización del Polisario por parte de Argelia, que siempre ha soñado con una fachada atlántica que solo la creación de un microestado saharaui podría ofrecerle.
El corazón nos hizo ocultar la malversación de la ayuda humanitaria por parte del Polisario y denunciada por la Olaf, la Oficina Europea de Lucha contra el Fraude, en un informe condenatorio publicado en 2015.
Nuestros corazones nos han distraído de las violaciones de los derechos humanos en los campamentos de Tinduf, donde los saharauis, que no tienen derecho a circular por el territorio argelino, son encerrados en las cárceles del Polisario en cuanto se les ocurre manifestarse para exigir sus derechos.
Nuestro corazón nos hizo persistir en la exigencia de un referéndum de autodeterminación, cuando sabemos muy bien que Argelia siempre se ha negado a que el Alto Comisionado para los Refugiados (ACR) realice el más mínimo censo, a pesar de que éste es esencial para la organización de un referéndum.
El corazón nos ha hecho cerrar los ojos ante la amenaza de seguridad que continuamente esgrime Argelia, que ha llegado a amparar el entrenamiento de ETA en sus campamentos.
El corazón nos hizo restar importancia a los atentados cometidos por el Polisario contra los pescadores españoles que fueron víctimas en los años 70 y 80. El Estado español tardó décadas en calificar estos actos como terrorismo.
El corazón nos hizo olvidar voluntariamente que la mayoría de los candidatos a la emigración clandestina a España transitan por Argelia antes de llegar a territorio marroquí para intentar el cruce del Estrecho de Gibraltar.
Nuestro corazón nos hizo «olvidar» consultar con nuestro socio marroquí antes de tomar la decisión de acoger (con una identidad falsa), a petición de Argelia, al líder del Frente Polisario, Brahim Ghali, para que pudiera ser hospitalizado en España mientras padecía Covid-19.
Si las generaciones que nos precedieron jugaron con la cuerda emocional para ocultar estas realidades con el pretexto de que consideraban que habían «abandonado» a los saharauis, la razón debe imponerse hoy para restablecer los hechos y contribuir a encontrar una solución política justa y duradera.
Con la guerra de Ucrania, la crisis energética que se avecina, el debilitamiento de Europa y los problemas de seguridad que inevitablemente surgirán tras una nueva crisis económica y social, se necesita una nueva visión del mundo.
Efectivamente, la invasión de Ucrania por parte de Rusia ha provocado un cambio geopolítico y geoestratégico que ha obligado a España a posicionarse inequívocamente en uno u otro bando. Entre Argelia, aliada de Rusia, y Marruecos, aliado de Estados Unidos, la elección era indiscutible. La forma puede ser discutible, pero no el fondo, y el tiempo dirá si tenían razón o no.