Nadie se escandalizaría al escuchar (o mejor dicho, al leer) que vivimos un momento convulso. Antes de hojear el periódico o ver un informativo, hay que respirar hondo. Desastres ecológicos que devastan miles de hectáreas; ciudadanos que salen a las calles para expresar su malestar; crecientes tensiones entre regiones y noticias que apuntan a una ralentización de la economía son algunos de los temas que salpican nuestra actualidad diaria.
En este contexto, como en todos, tenemos dos opciones: ver el vaso medio lleno, o medio vacío. Por suerte, formo parte del primer grupo personas; soy un optimista convencido e intento poner siempre el acento en el lado bueno.
Uno de esos temas a los que recientemente he prestado gran atención ha sido al anuncio realizado por la Organización Mundial del Turismo (OMT) en el que apuntaba que se registraron 1.500 millones de llegadas de turistas internacionales en 2019, un 4 % más respecto al año anterior. Es cierto que estamos ante un ritmo de crecimiento más bajo que en ejercicios anteriores pero, aun así, nada desdeñable. De cara a 2020, la OMT estima continuar en esta línea.
El sector de los cruceros –que apenas representa el 2% del volumen total de turistas – no se queda atrás y se apunta a esta ola, esperando alcanzar los 32 millones de pasajeros este año. Este dato supondría que más de un 5% de personas nos elegirán como opción vacacional, encadenando una década de crecimiento constante. Además, de cara a este ejercicio, y de acuerdo a acuerdo a CLIA (Asociación Internacional de Líneas de Cruceros), se espera que 19 nuevos barcos comiencen a surcar las aguas, circunstancia que, indudablemente, implica una gran oportunidad para la creación de empleo y, por cierto, en muchos sectores dada la variedad de profesiones que conviven a bordo.
En España también se vive un buen momento tanto desde el punto de vista de mercado emisor como receptor. En el primero de los casos, y a falta de confirmar cómo ha cerrado el año, se experimentó un crecimiento superior al 7% respecto el año anterior solo en los nueve primeros meses de 2019, alcanzado los 448.200 pasajeros, según datos arrojados por CLIA.
En el segundo de los casos, nuestros puertos registraron la visita de cerca 10 millones de cruceristas de enero a noviembre de 2019, o lo que es lo mismo, un 4,6 % más que el año anterior, de acuerdo a la información distribuida por Puertos del Estados. Un nuevo record parece vislumbrarse.
Estos indicadores no son solo magníficas noticias para las empresas que estamos estrechamente vinculadas al turismo, diría que para la sociedad en general; y es que, si por algo se caracteriza el turismo, es por su capilaridad; es decir, su capacidad para distribuir la riqueza que genera entre diferentes áreas.
Por ejemplo, la llegada de un barco de cruceros con miles de huéspedes a bordo supone un estímulo para las economías locales, no solo viéndose afectadas aquellas áreas vinculadas directamente con la actividad. Los pasajeros contratan excursiones, hacen compras, consumen en restaurantes y utilizan el transporte urbano. En el caso de aquellas ciudades en las que las navieras tienen puerto base, su contribución es mucho mayor. Solo para hacernos una idea. Según CLIA, entre 2015 y 2017, el impacto económico total de los cruceros en España creció un 11%, alcanzado la cifra de 4.252 millones de euros, y generó 12.718 empleos directos en 2017, un 8% más respecto a 2015.
A pesar de estos datos y de su poder en la creación de riqueza, en los últimos meses, han florecido movimientos muy críticos con nuestro sector. A grandes rasgos, se pueden clasificar en dos: aquellos que ponen en relieve el impacto medioambiental de la actividad sin apoyar sus tesis en datos rigurosos y aquellos que nos culpan de la llegada masiva de turistas a una ciudad por un periodo de tiempo condensado.
Si nos detenemos en el primero de los ejes, es imprescindible poner en valor las estrictas medidas en materia medioambiental que las navieras estamos obligadas a cumplir (y que en muchos casos superamos) y aquellas que implementamos por iniciativa propia, invirtiendo miles de euros en las últimas tecnologías. A ellas se une el compromiso de la industria de reducir en un 40 % (vs 2008) las emisiones de carbono para 2030. Estamos ante un sector con un nivel de concienciación muy superior al de otras industrias.
Pero, ¿qué sucede en los destinos? ¿Cuál es la evolución del impacto por el uso del vehículo particular? ¿Qué combustible utilizan los autobuses? En el segundo de los casos, es cierto que nuestro tiempo en los puertos está previamente definido y que quizás varios barcos atraquen el mismo día, en la misma franja horaria. Cómo apuntaba antes, los cruceros solo representan un 2% del turismo total, y es un tipo de turista con un alto gasto en destino, muy superior al de otras opciones vacacionales. Por ello, no sería correcto colocarnos el adjetivo de ‘culpables’ cuando hablamos de masificación. En general, el modelo turístico está evolucionando, incluyendo nuevas opciones que estimulan la movilidad. Pueden gustarnos más o menos, pero esta es la realidad.
Si de verdad queremos buscar una solución a estos retos y seguir avanzando, generando riqueza, todos los actores tenemos asumir nuestra responsabilidad en este ecosistema y trabajar unidos, en la misma dirección. Es vital que establezcamos un diálogo serio, maduro y constructivo en aras de sentar las bases de un crecimiento sostenible en términos medioambientales y sociales. Las herramientas no nos faltan.
Llevo más de treinta años vinculado al mundo de los cruceros y no se me ocurre otro sector que me pudiera gustar más que este para desarrollar mi carrera profesional; he sido testigo de su evolución y de cómo las utopías se hacen realidad.
El futuro es prometedor y lo será aún más si navegamos en la misma dirección desde diferentes ámbitos con el fin último no solo de crecer sino de hacerlo de forma sostenible y sostenida. En nuestras manos está generar noticias positivas; de esas que a todos nos gusta leer.