Poseidón, dios griego de las aguas, las tormentas y los terremotos ha estado inquieto los últimos meses, mientras duerme su sueño en el fondo del mar de la energía, esto ha agitado las aguas de la superficie. Algunos marineros se han puesto nerviosos.
El precio del gas ha subido la tensión de los consumidores durante el mes de agosto alcanzando un pico de unos 40 €/MWh en la primera mitad del mes. La causa: la reacción, ¿sobrerreacción?, del mercado a posibles riesgos sobre el suministro por las tensiones en oriente medio, incluso por la incursión ucraniana en la región rusa de Kursk.
Los miedos al regreso a aquellos 100 €/MWh que vivimos durante la crisis energética de comienzos de los años 20 de este siglo nos recorrieron la espalda. Afortunadamente durante la segunda mitad de agosto las aguas volvieron a su cauce. Parece que el mercado está muy sensible a posibles rupturas en la cadena de suministro energética.
Recordar además que un precio del gas alto marcaría precios altos en el mercado marginalista eléctrico en una Europa en proceso de transformación de su sistema energético hacia la descarbonización, que necesita del gas para cubrir la incontrolabilidad de la oferta renovable, mientras se desarrollan las alternativas de almacenamiento de electricidad rentables y viables.
La otra fuente primaria de energía, el petróleo, hace tiempo que está lejos de aquellos 120 €/Barril (brent) de mayo del 2022 y navega en una senda entre los 85 y 70 $/barril.
Por parte de la demanda energética occidental, soplan vientos de contracción económica, tras el freno del periodo inflacionista los anuncios de los bancos centrales de posibles bajadas importantes en los tipos de interés confirman una desaceleración que de producirse reducirá la demanda energética.
Por su parte, China aunque parece mantener su demanda de fuentes primarias de energía, da señales de contracción económica.
Una fuente de incertidumbre que podría generar cambios a largo en la estructura de la demanda son los vientos de cambio político europeo que podrían afectar a la política energética, sobre todo en lo relativo a fuentes renovables y almacenamiento, lo que podría generar subidas de precios en las fuentes primarias no renovables por un aumento de la demanda prevista en el largo plazo para el escenario de política energética actual.
En el lado de la oferta, respecto del petróleo, la OPEP ha anticipado la caída de la demanda reduciendo la producción a alrededor de 27 millones de barriles por día (la producción mundial diaria se estima en alrededor de 100 millones de barriles por día).
Respecto del gas algunos análisis concluyen incluso incrementos en la producción en el corto plazo que únicamente podrían ser afectados por rupturas en la cadena de suministro. En este sentido el conflicto Ucraniano aunque fue disparador de la primera crisis energética de 2022 no debería de ser un problema al haber diversificado Europa los proveedores de gas sustituyendo el gas ruso (actualmente el 15% del consumo) por otros como el gas licuado proveniente de los EUA no llegando a Europa cantidades importantes de gas de los gaseoductos que pudieran ser alcanzados por el conflicto, por otro lado la demanda ha desarrollado sus capacidades de almacenamiento que mitigan las rupturas inesperadas en el suministro. En el caso del petróleo el conflicto Ucraniano puede generar disrupciones en la oferta rusa por los ataques a refinerías o por el incremento de sanciones que reducirían la oferta rusa al mercado global (esto es válido para el petróleo y el gas)
En conclusión, el escenario planteado muestra una posibilidad de contracción económica global, un efecto de factores políticos y geopolíticos que generan incertidumbre tanto en la interrupción de las cadenas de suministro como en la estimación del comportamiento de la demanda.
Y en este escenario, ¿cuales son las perspectivas para el cierre del año? La tensión entre las fuerzas contrapuestas del mercado parece que evitarán un tsunami de precios, pero navegaremos en un mar de volatilidad debido a la incertidumbre en todos los frentes.