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Bethlem Boronat

Doctora en Periodismo y profesora de EAE Business School Madrid

Francia se despierta estos días con una extraña sensación de inestabilidad política que no había vivido desde los tiempos de la IV República, al final de la Segunda Guerra Mundial. Acostumbrados, desde De Gaulle, a un sistema eminentemente presidencialista y bipartidista, la situación de fragmentación parlamentaria actual es algo inesperado y, en cierta manera, incómodo para la política y la economía francesa.

La ventaja que tenemos actualmente en España es que, más o menos, hemos aprendido a gestionar un Estado con un gobierno de coalición y que, podríamos decir que las piezas que, a priori, van a conformar el gobierno francés no tienen posturas tan alejadas con las que componen el gobierno español actual. Las relaciones entre el presidente Macron y Pedro Sánchez son buenas -recordemos el Tratado de Amistad firmado hace algo más de un año- y a Francia, en su delicado equilibrio, no le va a convenir complicarse demasiado la vida en los próximos meses. Parece que lo más probable a corto plazo es que se mantenga el gobierno Attal, casi seguramente al completo, y que se aproveche el periodo estival para iniciar una negociación, que se antoja compleja, para obtener un nuevo gobierno de consenso. Un gobierno que, además, vivirá sometido a la presión entre bloques e intra-bloques. Y aunque, desde el bloque de izquierdas se aspira a conseguir un formato estable que dure hasta el final de la legislatura, en 2027, lo más probable es que en un año pueda plantearse una nueva disolución de la Asamblea.

Por tanto, hablamos de un gobierno que no tendrá solidez y estabilidad. Se prevén sesiones muy intensas en la Asemblée Nationale, y eso, por supuesto, acabará repercutiendo a todos los países con relaciones estrechas con Francia. A efectos de colaboración, tener un interlocutor con un solo programa o perfil ideológico facilita enormemente la relación y la negociación. No parece que ese vaya a ser el caso. Especialmente en aspectos delicados de la relación entre ambos países, como la agricultura. Por ejemplo, si el Noveau Front Populaire consigue en las negociaciones incluir su proyecto de precios agrícolas mínimos que garanticen la pervivencia del sector agrario, y teniendo en cuenta que dos de los mayores distribuidores de alimentación en España son de capital francés, tendremos que ver cómo esto impactaría tanto en los precios de los productos agrícolas importados, como en las posibles reivindicaciones del campo español, exigiendo un tratamiento parecido para garantizar la competitividad.

También puede suceder que el parlamento francés, poco acostumbrado al parlamentarismo, acabe cayendo en una parálisis legislativa que frene, por ejemplo, la adopción de políticas europeas que afecten a España y otros países, o que generen inestabilidad y temor en los mercados. Y pensando en esas políticas europeas, conviene no olvidar que si bien la Agrupación Nacional (RN) de Marine Le Pen y Jordan Bardella no logró el resultado previsto en las legislativas, sí que aumentó considerablemente el número de diputados, y ya había ganado las europeas, con el peso y la influencia que eso supone a la hora de llegar a acuerdos con mayorías consistentes, sobre todo en los aspectos que afecten a nivel continental.

En todo caso, lo que pueda suceder en Francia en las próximas semanas y meses será muy interesante y abrirá la puerta a la reflexión sobre si el modelo de la V República está agotado o no. Y recuperar una Francia parlamentarista podría modificar considerablemente las relaciones con España y con la Unión Europea.