La posibilidad de que Estados Unidos imponga un arancel del 25% a todas las importaciones ha generado gran preocupación en los mercados globales, especialmente en la Unión Europea (UE). Hasta ahora, las amenazas arancelarias de la administración de Donald Trump se habían centrado en sectores específicos como el acero y el aluminio, pero esta nueva escalada supone un desafío sin precedentes para el comercio internacional.
Uno de los principales argumentos esgrimidos por EE.UU. para justificar esta medida es el elevado déficit comercial que mantiene con la UE, que es de 48.000 millones de dólares (aunque Donal Trump lo exagere a 350.000 millones, en un discurso victimista para justificar sus pretensiones. Es cierte que EEUU tiene un fuete déficit comercial en productos con la UE, pero lo compensa en buena parte con un gran superávit en servicios.
En todo caso, el déficit con la UE no es comparable al que tienen con China (siete veces mayor) o incluso con México (más del doble)
¿Debemos preocuparnos?
La amenaza de estos aranceles ha impactado las bolsas europeas, afectando a empresas exportadoras como los fabricantes de automóviles alemanes. También han sufrido caídas la industria farmacéutica (que exporta fármacos de alto valor), el sector del lujo, la alimentación y los bienes de equipo.
EE.UU. no solo se queja del déficit comercial, sino también del entorno regulatorio europeo. La UE impone normativas ambientales y de seguridad que afectan a numerosas empresas tecnológicas estadounidenses, muchas de las cuales han sido objeto de multas y tasas que consideran excesivas, como la llamada «tasa Google».
¿La UE debe responder con incrementos recíprocos?
Ante este escenario inflacionario en EE.UU., la UE enfrenta un dilema. Responder con medidas arancelarias recíprocas generaría inflación en Europa y forzaría una subida de tipos de interés, con el consecuente riesgo de estancamiento económico. Además, la sensibilidad de los consumidores estadounidenses a los incrementos de precio es relativamente baja en ciertos sectores, lo que significa que los volúmenes de exportación europeos podrían no verse tan afectados como se espera.
Por otro lado, a diferencia de países como México o Canadá, cuya economía es altamente dependiente de sus exportaciones a EE.UU., Europa tiene una diversificación comercial mayor. La UE puede redirigir parte de sus exportaciones hacia otros mercados y minimizar el impacto.
Por otro lado, no actuar puede llevar a que la situación se arregle por si sola: Los aranceles generarán inflación en EEUU, a lo que la Reserva federal deberá responder subiendo los tipos de interés. Esto debería generar una apreciación del dólar, que, paradójicamente, podría compensar parte del efecto de los aranceles, haciendo que los productos europeos mantengan cierta competitividad en el mercado estadounidense.
La posición de la UE: evitar la guerra comercial
La Política proteccionista de EEUU, puede forzar a muchas empresas internacionales a redirigir su enfoque a Europa, aumentando la competencia en la UE y reduciendo los márgenes de ganancia de sus empresas. Por otro lado, es sabido que una guerra comercial a gran escala interrumpiría las cadenas de suministro entre empresas europeas y americanas, muy interdependientes. La reducción de flujos de comercio de componentes, puede generar crisis de suministro, ralentizar la producción y encarecer los costos para empresas y consumidores.
Alternativas de la UE: negociación y concesiones estratégicas
Ante este panorama, la UE prefiere evitar una escalada arancelaria y optará por la vía diplomática. Una posible concesión sería la simplificación del marco regulatorio del mercado europeo, facilitando la entrada de empresas estadounidenses. De hecho, Mario Draghi, expresidente del Banco Central Europeo, ha trabajado en un documento que, entre otras medidas de relanzamiento de la economía europea, busca reducir la burocracia en la UE, un cambio que también beneficiaría a las empresas europeas.
Otra medida sería incrementar las compras de gas licuado estadounidense (GNL), una tendencia que se ha acelerado desde la guerra en Ucrania. Este tipo de concesiones podría servir para aplacar las tensiones comerciales sin recurrir a medidas arancelarias recíprocas.
Lo que la UE no aceptará es la consideración del IVA como una barrera arancelaria. El IVA es un impuesto aplicable tanto a productos importados como nacionales, por lo que no constituye una desventaja competitiva para los productos estadounidenses. En todo caso, la UE podría sugerir a EE.UU. la adopción de un sistema impositivo similar.
Lo que está claro, es que una guerra arancelaria, generará incertidumbre en los mercados globales, afectando a múltiples sectores y aumentando la inflación en ambos lados del Atlántico. Si bien la UE podría soportar mejor el impacto que otros países, como México o Canadá, su estrategia se centrará en evitar la guerra comercial y buscar alternativas diplomáticas que permitan mitigar el impacto económico.