«Quemarlo todo». «La civilidad está muerta». Así han respondido las principales voces políticas a la situación creada a raíz de la muerte de la jueza del Tribunal Supremo Ruth Bader Ginsburg. ¿Podría acaso este incidente trasformar el panorama político del país más rico de la Tierra? El solo hecho de que líderes políticos de ambos bandos invoquen tal posibilidad es una señal clara que algo fundamental cambiará la estructura política estadounidense.
Curiosamente, esta preocupación realmente no tiene mucho que ver con la disputa de las próximas elecciones. Ni se relaciona con la contingencia de que la Corte Suprema tenga la última palabra para decidir quién ganó; como lo hizo en la decisión de 2000 Bush vs. Gore. Tampoco con la eventualidad de que el actual ocupante del Despacho Oval se niegue a acceder la derrota. Es algo que va mucho más lejos. Lo que se juega en los próximos cuarenta días es algo más que la elección presidencial; es el fundamento mismo de su Carta Magna. Este mensaje no es especulación periodística sino el resultado frio y desapasionado de la Teoría de Juegos.
Una versión simplificada del ‘juego’ histórico ejecutado por los jugadores que representan la cúspide de los tres poderes del gobierno federal: el legislativo, el ejecutivo y el judicial (los tres pilares de los famosos ‘Checks and Balances’ de la democracia americana), demuestra cómo está a punto de romperse el elemento que los mantiene unidos. No porque alguna de las estrategias (Republicana o Demócrata) se imponga; sino porque se ha violado la reina de las reglas: cómo elegir al árbitro o ‘referee’ (léase: La Corte Suprema de Justicia).
El permanente ‘tire-y-afloje’ de los partidos oficiales, en Teoría de Juegos, se denomina “Tit-for-Tat’ u ‘ojo-por-ojo’. Este comportamiento de colaboración ha prevalecido desde que los siete Padres de la Constitución Americana acordaron los principios o reglas del juego y aseguraron que la estrategia de negociación fuera una de cooperación con diferencias. Sin embargo, los recientes desarrollos, motivados por un presidente que gusta de caminar por senderos por fuera de las normas establecidas, han desbordado el contexto de colaboración y se ha instalado uno de confrontación sin dejar espacios para resolver las diferencias. Es la primera vez que esto sucede en EE. UU.; donde los espacios de diálogo y negociación se han reducido a un conjunto vacío.
En términos de la Teoría de Juegos, esto equivale a pasar de ‘Tit-for-Tat’ a ‘Tat-for-Tit’. Un salto de 360 grados y quizás uno hacia el vacío. De cooperación a confrontación en el ambiente de mayor hostilidad bi-partidaria de la historia reciente de EE. UU. Ya no es acerca de estrategias sino de las reglas mismas del juego. Es decir, escoger el reemplazo de la Juez Ginsburg, violando los acuerdos establecidos, equivale a que uno de los equipos, digamos el Real Madrid, escoja unilateralmente al árbitro (árbitros) de sus próximos partidos.
Romper las reglas de supervisión del juego rompe la esencia del acuerdo constitucional. La cuna de la democracia moderna, incluso si debe compartir ese título con Suiza y San Marino, está a punto de volar en astillas. Ello generará un vacío que Trump aprovechará para satisfacer la máxima aspiración de su electorado rico, blanco y temeroso de ser desplazado por minorías y así asumir el golpe de Estado (definido como “una toma repentina del poder político por parte de un grupo de poder no legítimo, violando las reglas legales de sucesión,” según la Enciclopedia Británica).
¿EE. UU. bajo un dictador? Esa es la pregunta que hoy se hacen los estudiosos de la constitución. Dictadores de todos los colores y tamaños ha habido en la historia; pero, al fin y al cabo, dictadores que someten las leyes a su albedrío para acabar (aplastar) la oposición. No todos los dictadores necesariamente llegan al poder mediante el uso de la fuerza militar como sucedió con Hitler, Stalin, Mussolini y Franco. Ellos llegaron al poder pacíficamente. Además, quienes lo desean saben que el colapso del sistema constitucional no necesariamente tiene que destruir la economía. Ello no sucedió con Porfirio Díaz (México), Anastasio Somoza (Nicaragua) o Pinochet en (Chile). Pero ¿podrán los Americanos tolerar una autocracia? Basta ver lo que sucede en Venezuela (Maduro) o en Bielorrusia (Lukashenko).
Vale recordar que la mayoría de las crisis constitucionales comienzan con la toma del poder judicial por parte del ejecutivo. Franco, Lenin, Batista, Idi Amin, Kim Jong Un (y su padre y abuelo), incluso Sadam Hussein, todos tomaron control sobre los tribunales para aplastar a sus enemigos políticos y establecer la ‘legitimidad’. Primero hay que dominar la justicia, después viene el ejército.
La miopía y avaricia de los Republicanos por tomar control de la Corte Suprema por las próximas dos o tres generaciones ha liberado al genio asesino, del sistema de reglas, de la botella. Si alguna vez Ud. imaginó cómo algo podía aplastar el sueño de los Padres Fundadores del sueño Americano, basta con asomarse a ver cómo una poderosa bola de demolición esta pulverizando los pilares blancos del edificio de la Corte Suprema de Justicia de EE. UU.