Durante los últimos años hemos observado un incremento significativo de las estafas, que han tenido como blanco principal el sector financiero. Este aumento ha ido generando una sensación de inseguridad extendida a toda la población, que tiende a sentirse cada vez más vulnerable frente a los cibercriminales.
Según el Balance de Criminalidad del Ministerio del Interior, es precisamente la estafa online, la tipología de delito que más se ha intensificado desde 2016, creciendo un 509,1 % hasta 2023. Solo en la primera mitad de 2024, esta clase de infracciones supuso el 17,3 % de toda la delincuencia registrada. Esto es algo que pone en jaque directamente al sector bancario, teniendo en cuenta los billones de datos que maneja.
Pero no por esto ha de extenderse el miedo, ni la idea de que en cualquier momento podríamos ser las próximas víctimas. En muchas ocasiones está en nuestra mano el cortafuegos más efectivo. Cuando hablamos de ‘fraude’ es el delincuente quien obtiene los datos necesarios para su propósito, pero en la ‘estafa’ es la propia víctima quien realiza la transacción. De ahí la complejidad para detectar este tipo de acciones con carácter preventivo y la necesidad de comprender la ciberseguridad como una responsabilidad compartida.
Lo que parece evidente es que el gran incremento de estafas frente al fraude convencional está provocando una gran erosión a nivel reputacional en las entidades financieras, preocupación por la posible aceptación de pérdidas a futuro y, en definitiva, un gran daño a la sociedad.
Entonces, ¿qué podemos hacer? En primer lugar, analizar las principales vías de ataque. Debemos desconfiar de aquellos anuncios que prometen una alta rentabilidad tras una baja inversión, páginas de compra de bienes a precios excesivamente atractivos, ofertas de empleo donde solicitan multitud de datos para posteriormente exigir un pago anticipado por los gastos de gestión, etc. Asimismo, no podemos olvidar las llamadas telefónicas, un método efectivo y muy extendido, donde los estafadores buscan generar una situación de estrés en la víctima para que termine transfiriendo su dinero.
Ante esta situación, métodos como la inteligencia del dispositivo, la geolocalización o modelos de inteligencia artificial destinados a la prevención del fraude, por sí mismos, no arrojan buenos resultados para detectar las estafas y su posible prevención. Sin embargo, sí que son efectivas algunas de estas medidas preventivas cuando se aplican de forma combinada, como han demostrado los buenos resultados.
Es el caso de los métodos citados anteriormente, utilizados junto con, por ejemplo, la biometría del comportamiento. Y es que patrones como los movimientos del ratón, el tecleo o la duración de la sesión, pueden indicar signos de estrés, vacilación o distracción, que son, a su vez, señales que suelen observarse cuando un cliente actúa guiado por un delincuente. Con el uso de esta técnica es posible hacerse una idea de las emociones o intenciones de un usuario durante una sesión e identificar en tiempo real las estafas de ingeniería social.
También existen diversas soluciones en el mercado, que permiten detectar cuando un usuario se encuentra dentro de una llamada telefónica y está operando con su banca, a fin de prevenir posibles estafas. Algunas de ellas son capaces de detectar también cuando la llamada se está produciendo por WhatsApp. Otras, especialmente efectivas, son las técnicas relacionadas con la segunda verificación, que requieren datos adicionales para confirmar la identidad del usuario y el objetivo final de sus acciones.
Pese a todo, es evidente que no existe medida preventiva más efectiva que la concienciación. Todos somos, en mayor o menos medida, vulnerables a los ciberataques financieros, pero la educación y la formación pueden marcar la diferencia a la hora de reducirlos. Conocer los métodos y estafas más habituales permite que los consumidores detecten estas señales y actúen antes de convertirse en víctimas. La lucha contra la ciberdelincuencia es una carrera de fondo, donde los usuarios jugamos un papel fundamental para minimizar los riesgos y seguir construyendo, poco a poco, un entorno más seguro para todos.