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José María González Moya

Director general de APPA Renovables

Si nos planteamos dónde y cómo nos vemos dentro de diez años seguro que la respuesta no será demasiado distinta a nuestra vida actual, pero si nos preguntamos qué será de nosotros dentro de treinta años, la respuesta podría sorprendernos. Las energías renovables se enfrentan hoy a esa pregunta, con unas metas que nos llevarán a conseguir el 74 % de la electricidad renovable en 2030 y a descarbonizar por completo nuestro sistema energético en 2050. ¿Metas lejanas? En absoluto. En menos de nueve años tendremos que haber duplicado nuestra electricidad renovable y el reto que enfrentamos es mayúsculo.

Para los que llevamos unas décadas en el sector energético, la situación actual de las renovables es el resultado de muchos años de esfuerzo de cientos de profesionales. Muchos de nosotros hemos vivido aquella famosa frase de Gandhi: “primero te ignoran, después se ríen de ti, luego te atacan, entonces ganas”. Las energías renovables eran una pequeña anotación al margen (gran hidráulica aparte) en las estadísticas energéticas nacionales, más adelante sufrimos el desprecio y el ataque de las energías tradicionales, una época en la que las renovables eran culpables de todos los males del sistema. ¿El déficit tarifario? Culpa de las renovables. ¿Suben los precios? Por las primas a las renovables. ¿Sube el precio de los cereales? Por los biocarburantes… ¿Vuelven a subir los precios? Por la ausencia de eólica… No había un solo mal del sistema que no se nos pudiese achacar, la inmensa mayoría de forma falsa e interesada.

Afortunadamente, las energías renovables no se vieron afectadas por las críticas. Los que trabajábamos en el sector estábamos convencidos de sus bondades. La Asociación de Empresas de Energías Renovables nació hace casi treinta y cinco años, en 1987. Como puede verse, la actual situación no es esfuerzo de un día. En este tiempo, y muy especialmente en la última década, hemos visto una reducción de costes tan increíble que sería difícil extrapolarla a otro sector que no fuera el de la informática o las telecomunicaciones con su famosa “Ley de Moore”, aquella que rezaba que cada dos años se duplicaba el número de transistores en un microprocesador. En el período 2009-2020 los costes de la eólica se han reducido en un 71 % y los de la fotovoltaica en un 90 %. ¿Se imaginan cómo afectaría esta reducción al precio de la vivienda si hablásemos de los costes de construcción?

Hoy no debemos decidir entre sostenibilidad y competitividad económica. En diciembre de 2019, antes de la pandemia, la Comisión Europea identificó a las energías renovables como uno de los principales vehículos para la creación de empleo y la generación de riqueza en el Viejo Continente, teniendo en cuenta que Europa necesita importar más del 50 % de la energía que consume año tras año, se trata de una apuesta estratégica que tiene todo el sentido. En el caso de España esto es aún más preocupante pues la dependencia energética de las importaciones supera el 74 %. Todos los años España tiene un déficit comercial por las importaciones energéticas que asciende a 23.242 millones de euros, usando grandes números (que no implican una correlación) la energía supone un 72,6 % de nuestro déficit comercial.

Hace muchos años que venimos denunciando la vulnerabilidad que supone para nuestra economía la dependencia energética de las importaciones. Ahora, que grandes grupos industriales avisan de incrementos de precios e, incluso, de parálisis de actividad debido a los altos precios de la energía, esta denuncia pertenece a toda la sociedad. Los precios del gas, tensionados por cuestiones geopolíticas, han provocado que, como vasos comunicantes, se traslade la presión a los mercados eléctricos de toda Europa. Y lo peor está por llegar si las circunstancias no cambian. Porque en invierno necesitaremos el gas para calentarnos y esos usos competirán con la producción eléctrica y el consumo industrial.

La competitividad alcanzada por las energías renovables ha hecho que sean vistas ya como la solución a las alzas en los mercados eléctricos. Tanto, que la última subasta renovable tenía un cupo específico para proyectos de disponibilidad acelerada. Hay urgencia para incorporar renovables “baratas” al sistema. Sin embargo, estas inversiones y proyectos no son algo que puedan decidirse, proyectarse o construirse de la noche a la mañana. España ha sufrido desde hace décadas de políticas de “arranque y parada” en relación con las renovables. Hemos cometido errores incorporando más potencia de la planificada para, a renglón seguido, paralizar las inversiones y, después, pedir esfuerzos para alcanzar los objetivos marcados. El sector renovable no ha sido apto para corazones débiles.

A día de hoy nos esforzamos por visualizar cómo será nuestro futuro renovable. Nadie duda de la sostenibilidad y competitividad y ahora debemos abordar la gestionabilidad. De los más de 6.000 MW otorgados en la subasta de 2021 no ha habido ni un solo proyecto de biomasa o de solar termoeléctrica. La eólica y la fotovoltaica, líderes en reducción de costes, han sido las elegidas, bien por hacer cupos específicos únicamente para estas tecnologías, bien por primar la variable precio, que dejaba fuera al resto. Sin embargo, no podemos tener un sistema con el 74 % de renovables incorporando únicamente eólica y fotovoltaica, al menos con el actual estado del arte y costes del almacenamiento.

Debemos apostar por un mix renovable, sí, pero un mix renovable equilibrado tecnológicamente para dar respuesta a la demanda y satisfacer las necesidades energéticas a pesar de que pueda haber mayor o menor disponibilidad de recurso. Las energías renovables han dejado atrás su “infancia” y están en una etapa de madurez en la que los retos son muy distintos. Y es ahora, cuando aún tenemos por delante más de 50 GW de potencia renovable que debemos instalar para llegar a esa meta del 74 % cuando debemos afrontarlos, no cuando los retos se hayan convertido en problemas porque entonces será mucho más complicado abordarlos.

La gestionabilidad del sistema eléctrico con un peso mayoritario de renovables, la electrificación de usos térmicos y transporte, la sustitución directa de renovables térmicas (biomasa, geotermia, solar térmica…) para desplazar usos térmicos fósiles, una movilidad sostenible que impulse los biocarburantes y la electrificación… El año 2050 queda aún muy lejos, pero debemos asegurarnos de que los pasos que damos hacia la meta son los correctos. No se trata de correr, se trata de ir en la dirección adecuada que nos lleve a nuestro destino.