Aunque no en todas las comunidades, lo cierto es que a la gran mayoría de los ciudadanos españoles nos habían convocado a jugar, una vez más, una mano de póker. De salida, un trío en nuestra mano, elecciones locales, autonómicas y europeas. Una gran partida en la que la apuesta, alta, muy alta, barajaba nuestro futuro para los próximos cuatro años.
Por un momento pensamos en que doblaríamos la apuesta para llegar al repóquer: cinco en una sola mano. Todo o nada. Elecciones generales, Senado y Congreso, locales, autonómicas y europeas. Pero no. Jugaremos dos partidas diferentes, pero con tan breve espacio de tiempo entre una y otra, que no habrá posibilidad de cambiar la baraja, ni el tapete de la mesa, ni ventilar el espacio vital para retomar el juego con ansias renovadas.
Disculpen mi osadía al jugar con las palabras. Unas elecciones libres y democráticas, como son las nuestras, nunca deberían dar pie a pensar ni por un momento en una partida de cartas, pero es lo que me sale del alma. Empiezo a estar cansada de faroles, de engaños y de apuestas. Me paro a escuchar, indago, le doy vueltas y acabo siempre en el mismo lugar. En el afán por ganar se pierden las formas, se hacen trampas, y se olvida lo más importante: en unas elecciones jugamos todos y el único que debería ganar es el conjunto de la sociedad. No voy a decir que leo todos los programas de los diferentes partidos porque mentiría, pero sí leo algunos de ellos, los que pueden hacer que mi voto se decante hacia un lado u otro. Y del resto procuro informarme, no vaya a ser que me esté perdiendo algo importante. Pero da igual. Por desgracia los programas electorales se convierten en papel mojado en el mismo instante en que se cierran los colegios electorales.
El pasado me da la razón. Donde escuché “jamás pactaremos”, hubo pactos. Donde leí “no subiremos los impuestos”, se subieron ¡y de qué manera! Donde se prometió transparencia, se volvió todo opaco. Donde se dio palabra de respetar al más votado, se olvidó el juramento…
En el entorno con el que puedo hablar de estos temas, que desgraciadamente se han vuelto tabú y son la causa mayor de peleas entre familias y amigos, empezamos a estar hartos de una clase política que más parece trabajar para ellos mismos que para atender a las necesidades de la sociedad que los eligió.
No quiero que mi futuro, ni el de las personas que quiero, ni el de las personas a las que no conozco, esté en manos de personas que tengan necesidad de demostrarme que son honestas. Quiero, simplemente, que lo sean. Quiero políticos que decidan dedicar una parte de su vida a servir a los demás. ¡Una parte! No la eternidad. Que sepan lo que es levantarse temprano, tener que hacer malabarismos para atender familia y trabajo y que sepan de verdad lo que es el día a día de la gente a la que van a gobernar.
España ha demostrado muchas cosas a lo largo de su vida. Yo soy de los que piensan que nuestra transición a la democracia fue de auténtico lujo. Pero la vida ha cambiado y ya es hora de tomar decisiones que adapten nuestro mundo a la realidad que ahora vivimos.
Gasto inútil separar las elecciones. La excusa: dar relevancia a las elecciones generales. Yo creo que lo han conseguido es que desde ya empecemos a sentir el hastío de sobrellevar en tan poco espacio de tiempo dos campañas electorales.
Ojalá esté absolutamente equivocada y cuando llegue junio tengamos la fortuna de celebrar que hay futuro, gane quien gane.