Luis Manuel Cerdá Suárez

Profesor Titular de Universidad (EAE Business School, campus de Madrid)

La reciente multa impuesta por la Comisión Europea a X (antes Twitter) no es solo una sanción económica más para una plataforma tecnológica: es, sobre todo, una advertencia directa a las empresas digitales sobre cómo el diseño de producto, la transparencia publicitaria y la gobernanza de datos se han convertido en variables estratégicas de primer orden.

Entremos en el fondo del asunto… Bruselas ha sancionado a X con 120 millones de euros por incumplir varias obligaciones de la Ley de Servicios Digitales (Digital Services Act, DSA), el nuevo marco regulatorio europeo que busca reforzar la transparencia y la protección de los usuarios en el entorno digital. Es la primera gran multa aplicada bajo este reglamento, y marca un punto de inflexión en la relación entre las grandes plataformas y los reguladores europeos.

El “blue check”: cuando una decisión de diseño genera desconfianza

Uno de los elementos centrales de la sanción es el sistema de verificación de cuentas mediante la conocida marca azul (blue check). Durante años, este distintivo funcionó como una señal clara de autenticidad: indicaba que una cuenta pertenecía realmente a una persona, marca o institución relevante. Tras la adquisición de Twitter por Elon Musk, ese significado cambió; la marca azul pasó a obtenerse principalmente mediante suscripción de pago, sin un proceso sólido de verificación de identidad. Para la Comisión Europea, este cambio supone un diseño potencialmente engañoso, ya que muchos usuarios siguen asociando la marca azul con credibilidad y autenticidad.

Desde una perspectiva de negocio, el problema no es menor. En un entorno saturado de información, las señales visuales importan. Cuando una plataforma reutiliza símbolos de confianza con un nuevo significado poco claro, se produce una erosión progresiva de la credibilidad del ecosistema: el resultado es un aumento del riesgo de suplantaciones, desinformación y pérdida de confianza, con impacto directo en anunciantes, marcas y usuarios. Para los directivos, ejecutivos y responsables de producto en los distintos sectores industriales, el mensaje es claro: las decisiones de diseño ya no son solo decisiones de UX o monetización; son decisiones regulatorias y reputacionales.

Publicidad opaca en un contexto de máxima sensibilidad

El segundo eje de la sanción de la Comisión Europea tiene que ver con la falta de transparencia en la publicidad: el DSA obliga a las grandes plataformas a mantener repositorios públicos de anuncios que permitan identificar quién paga la publicidad, qué tipo de mensajes se difunden y a qué audiencias se dirigen. Según la Comisión Europea, el sistema de X no ofrece información suficiente ni fácilmente accesible; lo que dificulta el control independiente de campañas publicitarias, incluidas aquellas con implicaciones políticas, financieras o sociales. Para el mundo empresarial, este punto es especialmente relevante: la publicidad digital vive un momento de máxima escrutinio: reguladores, medios y consumidores exigen claridad sobre quién comunica, con qué fines y mediante qué mecanismos de segmentación.

En este contexto, la opacidad ya no es una ventaja competitiva, sino un pasivo. Las marcas que operan en plataformas con déficits de transparencia asumen un riesgo indirecto: verse asociadas a entornos percibidos como poco fiables o responsables, algo especialmente sensible en sectores regulados o con alta exposición reputacional.

Datos, investigación y control externo

El tercer elemento sancionado es menos visible, pero igual de estratégico: las barreras impuestas por X al acceso de datos para investigadores independientes. El DSA considera esencial que expertos externos puedan analizar fenómenos como la desinformación, la amplificación algorítmica o los riesgos sistémicos de las plataformas.

Limitar ese acceso no solo afecta a la comunidad empresarial y a la sociedad en general; sino que más bien reduce la capacidad de anticipar crisis reputacionales, regulatorias o sociales. O dicho en otros términos: en un entorno digital complejo, el control externo y la auditoría independiente son herramientas de estabilidad, no amenazas.

Más allá de la multa: un cambio de paradigma para directivos

La reacción desde Estados Unidos no se ha hecho esperar. Algunas voces han calificado la sanción como un exceso regulatorio europeo y una amenaza a la libertad de expresión. Sin embargo, desde la óptica europea, el enfoque es distinto: no se regula tanto el contenido, sino más bien se pone el énfasis en los sistemas, los incentivos y la transparencia general de las empresas.

Para los directivos, la lección va mucho más allá de X y puede recogerse en cuatro grandes aprendizajes:

• El cumplimiento normativo ya no es solo legal, sino estratégico.
• El diseño de producto puede generar sanciones multimillonarias.
• La transparencia publicitaria es una exigencia creciente, no una opción.
• La gobernanza de datos y algoritmos empieza a formar parte del core del negocio, con una seña de identidad propia.

En definitiva, parece claro que Europa está enviando una señal con un mensaje inequívoco a los mercados: quien quiera operar en su mercado, deberá hacerlo bajo estándares más exigentes de responsabilidad digital. Y esto no afecta solo a las grandes tecnológicas, sino también a marcas, anunciantes y organizaciones que dependen de estas plataformas para comunicarse con sus públicos.

A modo de conclusión: la confianza como activo estratégico

En última instancia, la multa a X simboliza un cambio profundo en la economía digital: la confianza se ha convertido en un activo regulado y cada vez más importante, en mercados en gran medida imperfectos donde no todo es visible a simple vista. Diseñar productos, sistemas publicitarios o modelos de negocio que erosionen esa confianza ya no es solo una mala práctica; es, ciertamente, un riesgo económico real.

Para los equipos directivos, el reto es claro: integrar la transparencia, la ética del diseño y la gobernanza digital en la estrategia corporativa. Porque, en el nuevo escenario europeo, la innovación que no es responsable acaba siendo cara.