Pero no piense la persona que está leyendo estas líneas que estamos hablando de algo negativo, todo lo contrario. Porque hablo del turismo, del turismo en un país que en el año 2023 ya ni se acuerda de la pandemia y que este año en su feria profesional de FITUR ha alcanzado cifras récord.
Nos referimos a la elasticidad de la demanda, ese término que desde la economía se define como “una medida de cómo cambia la cantidad demandada de un bien o servicio en relación con un cambio en su precio”. Desde que yo misma aprendí en la universidad lo básico del sector al que me dedico, nos habían enseñado que cuidado con las políticas de fijación de precios: te inoculaban el miedo a no poder caminar por esa delgada línea que separa un servicio turístico de ser un éxito a que te hayas pasado y tu clientela se vaya a la competencia.
Te describían a los precios en el turismo como un funambulista haciendo equilibrismos en una cuerda que no paraba quieta, que sufría vaivenes por cualquier situación o circunstancia ( cuidado de planificar un evento en época de mundial de fútbol, por ejemplo) y extremadamente sensible a los caprichos de tu demanda y tu competencia.
Pues bien, en 10 días empezamos el segundo semestre y mi yo de ahora, profesora en la universidad, ya no tengo tan claro si voy a seguir reforzando este concepto o no. Los números son incuestionables. Estamos viviendo una locura post pandémica que hace saltar por los aires cualquier predicción, cualquier atisbo de ajuste entre demanda y oferta. Nos sobrepasa la demanda.
¿Qué ha pasado? Pues de nuevo hemos de mirar fuera del entorno turístico ( y es curioso que proponga este análisis mientras viajo en el tren de camino a FITUR)
La situación de pandemia en la que entramos en el año 2020 y de la cual no hemos salido ( al menos oficialmente , la OMS no ha declarado nada aún) nos demostró el increíble valor que tiene todo aquello que hacemos cuando no estamos trabajando ( el ocio como contrapunto al negocio, que ya etimológicamente nos ilumina) .
Dicen que no sabes lo que tienes hasta que lo pierdes y en el 2020 perdimos la libertad de disfrutar de nuestro tiempo. De viajar, de descubrir, de visitar y de poder salir a tomar algo después del trabajo con colegas. Y muchos perdieron la salud, y también aprendimos que la salud no es solo la ausencia de dolor, sino que también es la ausencia de compartir, de abrazar y de poder dormir con tranquilidad por las noches. Aprendimos la importancia de considerar la salud como un todo, salud física, mental, emocional.
Y con esta última el turismo tiene mucho que ver. De nuevo me acuerdo de mi estudiantado. A menudo tengo Erasmus de otros países que cursan una o dos materias en el grado en turismo. Vienen de otros grados , otros enfoques y para ellos hago un aterrizaje forzoso en el plano turístico. Tengo algunos mantras que les hago aprender para empezar a pensar como turistólogos. Algunos son reveladores de todo lo anterior.
- Vendemos experiencias, no productos.
- Las experiencias son intangibles, no se pueden consumir… hasta el momento de disfrutarlas.
- Las experiencias son intangibles, no se pueden guardar si no se consumen. (las noches de habitación no se pueden guardar para más tarde)
- Las experiencias son creadas por seres humanos, por lo que la calidad también dependerá de esas personas, profesionales del turismo.
- Las experiencias se disfrutan normalmente en grupo y son únicas y difíciles de repetir.
- Cuando la experiencia turística (viaje, evento, etc.) ha terminado… sólo perduran los recuerdos, las fotos y los souvenirs…
- Casi todo el mundo es un consumidor potencial (las razones para viajar son infinitas, tantas como personas dispuestas a viajar)
- Si no hay seguridad, no hay turismo.
- Todo en el turismo está íntimamente interconectado.
Ahora releyendo estos mantras me pregunto por las secuelas del COVID : tenemos inflación, tenemos una guerra en nuestro mismo continente, una inseguridad generalizada porque, como decía al inicio de esta artículo, la pandemia no ha acabado aún… y sin embargo consumimos turismo más que nunca, sin importar el precio, acortando si hace falta las vacaciones pero disfrutándolas como un imprescindible en nuestras vidas. Se compran menos viviendas, nos cuesta más el transporte, pero seguimos viajando, comiendo fuera y pidiendo a nuestras empresas que no sustituyan el viaje anual de incentivo por otros reconocimientos.
El turismo cura, al igual que la medicina, algunas secuelas de la pandemia. El turismo compensa ausencias, oportunidades perdidas y nos ayuda a celebrar la vida, esa que hemos revalorizado y cotiza al alza desde que el COVID-19 entró en escena.
En definitiva: anotemos esta pérdida de elasticidad a la lista de secuelas… positivas. Junto con el reconocimiento a un sector que ha demostrado ser imprescindible en nuestras economías, porque con el turismo no puede nada, es parte de nuestra vida.