En 2013 culminé mi trayectoria dentro del ciclismo. Fui ciclista profesional durante once temporadas y, posteriormente, ocho años director general de un equipo de primer nivel del ciclismo internacional, el Euskaltel Euskadi.
Tras innumerables viajes y pasar más de 170 días al año fuera de casa, comencé una nueva vida personal y familiar. La existencia cambia radicalmente. Se cumple el augurio que me trasladó José Miguel Echabarri, veterano manager de Miguel Indurain: “Igor, un ciclista tras su retirada, el pasado lo vive en compañía, pero el futuro en soledad. El día después pensarás que tienes el teléfono roto. Dejará de sonar, ¿estás prevenido?”.
Nadie se prepara para esa situación. Es una inconsciencia de consecuencias que van más allá de lo profesional. Toca lo personal. Es sinónimo de vulnerabilidad, de abandono. En esas nuevas circunstancias, cada persona reacciona de manera diferente. Algunos se refugian en su casa y no quieren saber nada de nadie. Otros salen, deambulan sin un objetivo claro. Otros, tras afirmar “ahora voy a descansar”, a los pocos meses están llamando a sus contactos para saber si pueden hacerles un hueco en el deporte que les apasiona. ¿De qué?, ¡de lo que sea! Otros pretenden volver a ser protagonistas invirtiendo en negocios que, con frecuencia, les conducen por un sendero ruinoso.
No se me hizo fácil. Los principios inculcados por mis padres, en los que sobresalía el principio de la familia impulsaba mi deseo de estar en casa con mi mujer y mis tres hijas. Se cumplió la predicción del receptor estropeado. Nadie me llamaba y en más de una ocasión verifiqué si mi aparato había quedado sin cobertura.
Me tomé cuatro años de reflexión. Me dediqué en cuerpo y alma a lo que no había podido en los 19 años anteriores: mi familia y amigos. Tras esos cuarenta y ocho meses, me planteé qué hacer.
Practicaba deporte diariamente con el objetivo de mantenerme saludable. En esos momentos en los que el cerebro se oxigena gracias a la hiperventilación pulmonar y el aumento de las pulsaciones me surgían ideas, propuestas, soluciones… Era como si mi cerebro se activara y regase los rincones más valiosos, que en una posición más sedentaria parecían obsoletos. Un día, cuando llevaba 30’ de footing, brotó una idea: promover un negocio. ¡Había llegado el momento!
Cuando comienzas una nueva andadura, son muchas las dudas. Tu idea parece lo mejor que se te ha ocurrido en mucho tiempo. La compartes con las personas cercanas, con arrebato, con decisión. Tienes ansiedad de dar con el negocio que te haga vibrar y sueñas con su éxito. Tus amigos te escuchan sin tantos entusiasmos. Acudí a un asesor y le trasladé que deseaba desarrollar un proyecto relacionado con la formación, para trasladar las experiencias de mi vida profesional. Bullían en la cabeza imágenes desordenadas.
Me trasladó que lo primero que tenía que hacer era poner en marcha una sociedad limitada. Como mínimo debía realizar una inversión cercana a los 3.000 € para constituirla.
-“Suena bien lo que me cuentas, pero falta definición”, añadió.
Algo que yo creía sencillo, resulta, también burocráticamente, complicado.
Me llamó un amigo, director general de una corporación. Se encontraba cerca de mi casa por motivos profesionales y me propuso tomar un café. Siempre hablamos de gestión, de cómo solucionar problemas que surgen dentro de una organización. Él, desde la perspectiva de la empresa y yo, del deporte. Le hice partícipe de mis inquietudes.
–Igor, tú vales para eso. Tienes que formarte, reforzar tu comunicación y adquirir conocimientos para estar preparado para lo que tienes que hacer. El resto lo tienes. Mi empresa va a ser tu primer cliente.
¿Formación? Un concepto que no tenía en mente. Venía de dirigir uno de los mejores equipos a nivel internacional, de ser un ciclista relevante, de terminar mis estudios de licenciatura en ciencias de la educación y del deporte y ahora ¡me recuerdan que debo formarme!
Con su impulso, constituí la empresa y contraté los servicios de un formador en desarrollo personal. Tras dos sesiones confirmé que tenía mucho que aprender. La empresa de mi amigo me contrató para alguna ponencia y desarrollo de eventos relacionados con la actividad física. Necesitaba seguir forjándome.
En época vacacional coincidí con un referente del management. Nuestras hijas se habían hecho amigas y nuestras mujeres habían charlado en la playa de Marbella. Se trataba de Javier Fernández Aguado. Esta circunstancia inesperada facilitó una nueva oportunidad de crecer. Me puse en sus manos para seguir progresando en lo profesional y en lo personal.
En paralelo fui definiendo mi empresa. ¿Nombre comercial? Tras sesiones de reflexión nació KIROLIFE, un puente entre deporte y organizaciones. Una empresa que ofrece servicios que se van adaptando a las necesidades y evolución de los clientes.
Resulta imprescindible cuidar los detalles. El más importante, el perfeccionamiento en conocimientos para lo que vas a enfrentar. Los ex deportistas disponemos en general de fortalezas claras a la hora de impulsar un negocio: capacidad de inversión e imagen pública. En numerosas ocasiones sufrimos una honda debilidad: carencia de formación.
Realizar programas que abarquen los ámbitos personales, financieros y profesionales se torna imprescindible. Conocer cómo funcionan las organizaciones, qué significa una cuenta de resultados o cómo comunicar reclama preparación.
A veces confiamos en las titulaciones que a nivel federativo o asociación internacional acreditan a los ex deportistas para dirigir en el ámbito deportivo. Esos cursos, de alta cualificación deportiva, son de corta duración y aunque aportan bases no parecen suficientes para impulso en situaciones que requieren una preparación de mayor rango. El conocimiento del reglamento, o la disposición a dirigir la táctica, careciendo de la profundidad necesaria, sustentarán un liderazgo restringido, que trae como consecuencia autoritarismo o, por el contrario, un ‘laissez faire’.
Haber sido un deportista de referencia no es suficiente. Gladwell asegura que la clave del éxito es una cuestión de practicar una tarea específica durante 20 horas a la semana durante 10 años. De eso nos valemos los deportistas. Pero es incierto que con solo práctica se sea experto. “Teoría si práctica utopía, práctica sin teoría rutina”, recuerda con frecuencia Fernández Aguado.
Muchos clubs apuestan por la continuidad de deportistas dentro del mismo, entregando responsabilidades que se presupone que se dominan. Resulta insoslayable formar en el cometido al que se les va a encomendar con el fin de que unan experiencia y conocimiento.
El mero reconocimiento social se torna pronto obsoleto. El personaje que sustenta un gran deportista unido a su ego por el aplauso que genera dificulta concienciar de la necesidad de estudio. Es responsabilidad de las instituciones deportivas exigir más allá de un pasado de éxito.