La geopolítica y el comercio internacional están experimentando una transformación profunda, marcada por tensiones arancelarias y nuevas alianzas. En este contexto, el reciente interés del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, por intensificar las relaciones con China responde a una estrategia meditada y necesaria para asegurar el futuro económico de España. La creciente cerrazón del mercado norteamericano, consecuencia de la política proteccionista liderada por Donald Trump, ha obligado a muchos países europeos —España entre ellos— a explorar con mayor decisión las oportunidades que ofrece Asia, y especialmente el gigante chino.
China se ha consolidado como nuestro cuarto socio comercial a nivel mundial. El volumen de intercambios bilaterales supera ya los 60.000 millones de euros anuales, una cifra que pone de relieve la importancia de esta relación. Sin embargo, el desequilibrio es evidente: por cada euro que España exporta, importa cinco. Este déficit comercial pone de manifiesto la necesidad urgente de reequilibrar la balanza, ampliando nuestra presencia en el mercado chino con productos y servicios de alto valor añadido.
Hoy, las oportunidades para las empresas españolas en China son más atractivas que nunca. A pesar del reciente estancamiento de su economía y de las señales de alarma en torno a su burbuja inmobiliaria, China sigue siendo un país con una clase media en expansión y con millones de ciudadanos con un poder adquisitivo creciente. Esto genera un entorno especialmente favorable para sectores en los que España destaca con calidad y prestigio: los vinos, el aceite de oliva, la carne de cerdo y toda la gama de productos gourmet ligados a la dieta mediterránea.
Pero no se trata solo de alimentos. España también tiene la capacidad de posicionarse en las nuevas cadenas de suministro de sectores tecnológicos emergentes en China. La robótica, la biotecnología, las telecomunicaciones 5G y la inteligencia artificial están liderando el nuevo ciclo de industrialización del país asiático. En estos ámbitos, China busca activamente socios europeos con experiencia, credibilidad y capacidad de integración en el mercado comunitario. Este es un campo en el que España puede y debe jugar un papel protagonista.
A ello se suma el creciente interés inversor de China en Europa. Cada vez más fondos chinos se orientan hacia sectores clave del futuro, como las energías renovables, las baterías de nueva generación y los vehículos eléctricos. España, por su desarrollo en energías limpias y su red industrial en expansión, está en condiciones de captar una parte mucho mayor de los más de 500 millones de euros que anualmente China invierte en nuestro país.
El atractivo español no se limita a la industria. También hay margen para ampliar colaboraciones en sectores como los servicios financieros, el textil, el turismo, la consultoría estratégica o los servicios legales. No en vano, más de 14.500 empresas españolas operan ya en un nivel u otro en el mercado chino, lo que demuestra el interés mutuo por consolidar y ampliar los vínculos económicos.
Ante este escenario, la visita de Pedro Sánchez a China no es solo una oportunidad comercial: es una necesidad estratégica. Si España quiere multiplicar sus exportaciones, atraer más inversión y reforzar su papel en los equilibrios económicos globales, no puede permitirse el lujo de mantener tensiones innecesarias con Pekín. Cuestiones como el apoyo explícito a Taiwán, las críticas constantes al sistema político chino o a su política de derechos humanos deben abordarse con sensibilidad diplomática, sin sacrificar nuestros principios, pero tampoco nuestros intereses.
La nueva etapa que se abre con China requiere visión, pragmatismo y liderazgo. España puede beneficiarse enormemente si logra fortalecer una relación basada en el respeto mutuo, el beneficio compartido y la proyección conjunta hacia el futuro. El viaje de Sánchez puede ser el primer paso para consolidar un puente comercial y estratégico que será clave en las próximas décadas.