Antes del verano de 2023 la industria mundial de semiconductores ya mostraba claros indicios de turbulencia. Los pronósticos apuntaban a una caída de más del 11% en los ingresos para 2024, vinculada en gran medida a la disminución en la demanda de semiconductores para PCs, tabletas y teléfonos. Estas perspectivas, exacerbadas por una economía en desaceleración y desafíos macroeconómicos, encontraron eco en las tendencias de finales de 2022 y comienzos de 2023: los envíos de hardware informático, especialmente de PCs, se redujeron drásticamente, evidenciando la saturación del mercado y la complejidad económica global.
En este contexto global, Europa tampoco ha navegado en aguas tranquilas. Un reciente informe del Parlamento Europeo alarmó al señalar que la participación de Europa en la producción global de semiconductores es de menos del 10%. A este dato se le suma otro preocupante análisis del 2022 que subrayó cómo la pandemia ha desnudado vulnerabilidades en nuestras cadenas de suministro. La escasez sin precedentes de semiconductores entre 2020 y 2021, bautizada como “chipaggedon”, sirve de amargo recordatorio de estos desafíos. Estas dificultades no solo han inflado los costos industriales y los precios para los consumidores, sino que también han mermado el ritmo de recuperación en Europa, y es que efectivamente se depende demasiado de chips producidos en otras regiones.
En respuesta a estos retos, el Parlamento Europeo, el pasado 11 de julio de 2023, dio luz verde a la propuesta legislativa “European Chips Act”. Esta iniciativa, surgida a raíz de propuestas ciudadanas durante la Conferencia sobre el Futuro de Europa, manifiesta la urgente necesidad de potenciar la tecnología europea y robustecer la seguridad del suministro y manufactura en el continente. El propósito del “Chips Act” es claro: diseñar estrategias que garanticen el suministro de chips en la UE, promoviendo simultáneamente su producción e innovación y preparando a Europa contra futuras escaseces.
A pesar de la alarma y las intenciones legislativas, hay que entender que enfrentar a gigantes tecnológicos como China y Estados Unidos no es tarea fácil. Europa, históricamente, ha estado rezagada en la carrera de semiconductores, y una ley, por más ambiciosa que sea, podría no ser suficiente para nivelar el terreno.
Desde el punto de vista de las buenas intenciones, con esta ley se busca no solo afianzar la competitividad europea en el ámbito de los semiconductores, sino también configurar un ecosistema favorable para la inversión en chips en Europa, simplificando procedimientos y otorgándoles una relevancia estratégica. Especial atención recibirán las pequeñas y medianas empresas, en especial en el diseño de chips, con el objetivo de potenciar la innovación. En efecto, este acto legislativo, más allá de ser un simple esquema de trabajo, representa una visión integradora que abarca a todos los agentes involucrados en el proceso, desde la producción hasta la investigación. Durante las conversaciones interinstitucionales que dieron forma al texto final, se consideraron las voces de todos los actores relevantes. Así, se garantizó minimizar cargas administrativas, especialmente para las PYMEs, que además disfrutarán de incentivos adicionales.
No obstante, está por ver si esta visión integradora es realmente viable en la práctica. Las PYMEs, a pesar de los incentivos, pueden enfrentarse a desafíos inesperados en un sector dominado por grandes jugadores y barreras tecnológicas cada vez más altas.
Es cierto que la “Ley de chips” tiene como objetivo crear las condiciones para el desarrollo de una base industrial europea en el campo de los semiconductores, atraer inversiones, promover la investigación y la innovación y preparar a Europa para cualquier futura crisis de suministro de chips.
El “Chips Act” apunta a consolidar proyectos que refuercen la seguridad del suministro en la UE, atraer inversiones y expandir la capacidad de producción. Se asignarán 3.300 millones de euros del presupuesto de la UE hasta 2027 para intensificar la capacidad tecnológica y estimular la innovación en el sector, con un enfoque especial en la investigación e innovación vinculada a chips. Además, se establecerá una red de centros de competencia para abordar la carencia de talento especializado en la UE. El programa debería movilizar 43.000 millones de euros en inversión pública y privada (más allá de los 3.300 millones de euros del presupuesto de la UE), con el objetivo de duplicar la cuota de mercado mundial de la UE en semiconductores, del 10 % actual a, al menos, el 20 % para 2030.
No obstante, su mirada va más allá de la producción. El “Chips Act” simboliza un decidido paso hacia la consecución de una autonomía digital estratégica para la UE. Se ha configurado con una visión ambiciosa, buscando prevenir futuros desabastos y estableciendo mecanismos de respuesta ante crisis. La Comisión estará al tanto de los riesgos para el suministro de semiconductores y se activarán medidas de emergencia en situaciones críticas.
Sin embargo, hay que ser cautelosos con la eficacia real de esta propuesta. A menudo, las grandes ideas en papel enfrentan obstáculos en la implementación. Y con competidores globales que invierten masivamente en I+D y producción de semiconductores, Europa puede encontrarse jugando una constante partida de «ponerse al día».
Es cierto que, adicionalmente, el Parlamento Europeo ha respaldado disposiciones para fortalecer la cooperación internacional y los derechos de propiedad intelectual, ofreciendo ventajas competitivas para el sector europeo. En esencia, con el «European Chips Act» se busca solidificar la posición europea en el competitivo escenario global de semiconductores, reducir las vulnerabilidades de la UE y la dependencia de actores extranjeros al tiempo que refuerza la base industrial de chips de la UE, maximiza las oportunidades comerciales futuras y busca crear empleos de buena calidad. Esto debería mejorarla seguridad de suministro, la resiliencia y la soberanía tecnológica de la UE en el campo de los chips.
A pesar de los esfuerzos, es crucial mantener los pies en la tierra. Aunque con el “Chips Act” se aspira a duplicar nuestra capacidad de producción al 20%, aún queda un largo recorrido para situarnos al nivel de otras regiones globales. No se puede negar que 43.000 millones de euros es una cifra impresionante. Pero, en el escenario global, ¿es suficiente? Naciones como China y Estados Unidos están vertiendo recursos exponencialmente mayores en la carrera de semiconductores. La cuestión no es solo sobre inversión, sino sobre velocidad y capacidad para innovar. Si Europa no actúa rápidamente y con precisión, se encontrará perpetuamente un paso atrás.