En mi trayectoria profesional, frecuentemente me he planteado, y me planteo, preguntas con el fin de ser el CEO que mi compañía necesita en cada uno de los momentos que hemos atravesado. Preguntas como “¿qué debe hacer hoy en día un Directivo para lograr sus objetivos?”
Lograr que, por ejemplo, una empresa fundada hace más de 70 años, tenga el dinamismo y la agilidad de una startup nacida bajo las premisas económicas actuales.
En un mundo en el que los cambios se suceden a diario y la incertidumbre es lo único seguro, la capacidad de adaptación y el espíritu emprendedor parecen tener más sentido que nunca.
En mi experiencia, se trata de apostar por cultivar el entusiasmo, mantener el espíritu infantil, la inocencia que nos impulsa a encontrar respuestas y seguir siendo inconformistas, sin importar lo que piensen los demás, como aconsejaba Steve Jobs a los jóvenes graduados de la Universidad de Standford en un célebre discurso; un entusiasmo que encuentra su fundamento en los valores que nos han traído hasta aquí. Ellos son los pilares y fuente de toda nueva creación entusiasta.
Cumplidos más de 10 años como Director General, he llegado a la conclusión de que existen, al menos, cuatro cualidades que han de ser desarrolladas para lograr los objetivos que uno se plantea cuando llega al cargo:
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La humildad, para estar abierto a lo nuevo, para mejorar constantemente, para aprender, para reconocer el error. Saber que nadie es más que nadie si no ha hecho más que otro hombre, parafraseando a don Quijote. Para desarrollar la cualidad de la escucha, que facilita reconocer el potencial de las personas, y poner así en valor el capital humano de la empresa. La escucha supone involucrarse con el equipo, creer en él, cuidar el talento; dedicar el tiempo, los recursos y las herramientas necesarias para disfrutar de todo el potencial y la esencia que atesoran.
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La colaboración, para poder desarrollar el trabajo en equipo de manera eficiente, de esto se deriva la necesaria confianza en el grupo y la difícil tarea de aprender a delegar.
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La valentía, cultivar el espíritu inocente y aventurero de la infancia para explorar nuevas ideas, para tomar riesgos, permitir la equivocación, y emprender nuevas líneas de trabajo creativo que respondan a los intereses del momento.
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Por último, la ambición por aprender, por descubrir lo que está por venir, por ser el primero y si no por intentarlo, por crecer y hacer crecer.
En un momento en que la retención del talento es un desafío para las corporaciones, después de casi 20 años de compromiso y trabajo con la misma empresa, he aprendido que impulsar el desarrollo de las personas, permitirles crecer sin límites, crear las oportunidades para que ello tenga lugar, retar y desafiar constantemente, hacer lo que se debe cuando se debe, es la manera que he encontrado de inspirar, contagiar y no perder la ilusión por lo que hago, añadiendo siempre este mantra: “no conformarse”.
Estas cuatro cualidades señaladas, junto con una alta curiosidad para abrazar el cambio, envían una señal al resto de la empresa.
Estar abierto a lo nuevo y tomar riesgos para inspirar a las personas son aspectos necesarios, pero también lo es proporcionar los medios adecuados para ello. Las organizaciones deben generar tiempos y espacios para el pensamiento y la acción autónoma, brindar herramientas y atesorar valores para recorrer este camino, dando así consistencia, coherencia y agilidad al engranaje empresarial.
Estar abierto a lo nuevo, dispuesto al cambio, ser flexible y rápido son las bases para un futuro empresarial, donde el espíritu emprendedor y el riesgo, asentados en el cuidado de las personas, siguen siendo las premisas para un futuro incierto pero apasionante.
Mantener la inocencia, abrazar la aventura para permitirte seguir creciendo y hacer crecer tu empresa.