Jéssica Montero Simón

Directora del Máster en Asesoramiento y Planificación Financiera en UNIE Universidad y Consultora Financiera en Occident

En un mundo que se mueve a golpe de algoritmo, donde la inmediatez dicta las reglas y la moda financiera cambia con cada titular, el oro vuelve a brillar. No tiene aplicación, ni metaverso, ni marketing digital, pero ahí está: rompiendo máximos históricos y recordándonos que la modernidad no siempre trae estabilidad. Tal vez el progreso no consista en inventar nuevos refugios, sino en reconocer los que nunca dejaron de funcionar.

La historia se repite, aunque cambien los escenarios. En el siglo XIX, miles de aventureros cruzaban océanos con la esperanza de encontrar una pepita que les cambiara la vida, a ellos y a sus familias. Hoy, los buscadores de oro no se embarran los pies en un río, sino que se refugian en el metal para no hundirse en la volatilidad. Ya no hay pico ni pala ni sudor, pero sigue habiendo fiebre. La fiebre del oro 3.0 se libra desde pantallas de alta resolución y el motor es la incertidumbre.

No promete rentabilidades espectaculares a corto plazo, pero sí algo mucho más escaso: equilibrio. Es el amigo prudente al que nadie presta atención durante las subidas del resto de activos, pero que siempre recibe llamadas cuando la fiesta se acaba.

Lo sabemos. La inflación persiste, las tensiones geopolíticas se enredan y eternizan y los bancos centrales juegan a equilibrar un sistema que parece hecho de cristal. Cada declaración del BCE o de la Reserva Federal es una montaña rusa, y el inversor medio busca algo, lo que sea, que no se mueva al ritmo del personaje de “Ansiedad” de la famosa película de Disney “Del revés” que, por cierto, recomiendo. Todos sabemos que los Mercados se mueven por impulsos, sí, pero en ese contexto, el oro no grita ni corre: simplemente, está. Y a veces, eso basta.

No se trata de llenarse de lingotes ni de volver al trueque, sino de entender que en toda estrategia de inversión debe haber un espacio reservado a la calma. En las carteras diversificadas, el oro actúa como el contrapeso que da estabilidad al conjunto. No sorprende, pero acompaña.

Por eso los bancos centrales, que raramente compran por impulso, siguen con lo suyo, pero a gran escala. En 2024 superaron las 1.000 toneladas de compras netas, el nivel más alto en más de medio siglo. Y lo hacen por prudencia. Saben que el oro ofrece algo más valioso en épocas de duda: independencia. Y cuando las instituciones que imprimen dinero acumulan metal, el mensaje es claro: la confianza también necesita respaldo físico, tangible.

El mayor comprador de todos es China. No un fondo, ni un millonario, ni una familia aristocrática: un Estado decidido a blindar su futuro. Pekín lleva años acumulando oro para reducir su dependencia del dólar y justo cuando la estabilidad internacional parece depender, en parte, de los impulsos de un tuit y de aranceles anunciados casi en tiempo real. Ojo, no olvidemos que también hay una raíz cultural: en China, el metal dorado no solo simboliza riqueza, sino estabilidad. En una era de bloques enfrentados y monedas tensas, acumular oro no es una manía; es una estrategia.

En los últimos tiempos, incluso la estrategia que siempre ha funcionado en los mercados parece haberse dado la vuelta y ya no es tan sencilla ni lógica. Antes lo normal era que las bolsas y los bonos se movieran en direcciones opuestas: cuando uno caía, el otro servía de refugio. Pero esa relación se ha roto. Según FS Investments, la correlación entre ambos activos ha alcanzado niveles no vistos en setenta y cinco años*. En otras palabras: hoy, cuando tiembla la renta variable, los bonos también estornudan. Y en ese escenario, el oro recupera el papel de refugio auténtico.

Muchos repiten “diversificar” como si fuera un hechizo, pero pocos lo aplican de verdad. Tener acciones de distintos sectores o bonos de diferentes países no basta si todos reaccionan igual ante la tormenta. La auténtica diversificación consiste en tener activos que se comporten de forma distinta cuando el mundo se tambalea.

A veces se le acusa de ser aburrido, de no rendir lo suficiente, de no “hacer nada”. Pero la paciencia siempre se premia. En un mercado donde todos corren detrás del siguiente gran activo, el oro se queda quieto y observa. No se presenta ante analistas ni promete innovación: su única novedad es que sigue ahí, sin más.

Y por si alguien duda de que este resurgir tenga gran parte de estratégico, basta mirar los números. ¿Cuál ha sido el sector con mayor revalorización en el S&P500 en lo que llevamos de año? ¿Aeroespacial? ¿Defensa? Pues no: las mineras de oro. En 2025, las acciones de compañías extractoras han superado incluso a las tecnológicas. El índice global de metales preciosos ha subido alrededor del 86 %, y el S&P Global Gold Mining Index se ha disparado más de un 120 %. No lo digo yo, lo dicen los mercados.

Cuando los que buscan oro y los que lo extraen suben al mismo tiempo, comienza la parte divertida de la fiesta en la que todos queremos estar. Puede que no sea el activo más emocionante, pero en un mundo saturado de estímulos constantes que nos abruman y desorientan, eso juega a su favor.

Sin que sirva como recomendación de compra, venta o de ningún tipo de operativa, tener en cuenta al metal dorado en una cartera diversificada podría salvarte de más de un susto, pero la decisión última te corresponde a ti.

Recuerda que la riqueza no siempre consiste en ganar más, sino en perder menos. Quizás el refugio del futuro no sea el más nuevo, sino el más probado. Y tal vez lo verdaderamente contemporáneo sea, precisamente, saber valorar lo que no cambia.

 

 

* Fuente: Future Standard, FS Investments, “As Treasury Yields Rise, So Has Stock-Bond Correlation”, 2025