Medir la efectividad de la formación en PRL: clave para la seguridad y la mejora continua

Redacción Ejecutivos | 17/06/2025

La formación en Prevención de Riesgos Laborales (PRL) es una apuesta estratégica para cualquier organización. Pero, ¿cómo podemos saber si realmente está teniendo el impacto deseado? ¿Cómo comprobar que lo aprendido se aplica correctamente en el día a día? Evaluar la eficacia de la formación no solo es una exigencia normativa, sino una herramienta para aumentar la rentabilidad y el bienestar en el entorno laboral. En este artículo se aborda cómo medir esa transferencia al puesto de trabajo, con un enfoque práctico ilustrado a través de un caso simulado.

De la teoría a la práctica: ¿se está aplicando lo aprendido?

Modelos como el de Kirkpatrick o el CIRO ofrecen marcos de referencia para evaluar distintos niveles de impacto formativo. Sin embargo, en el terreno de la PRL, lo fundamental es comprobar si los conocimientos impartidos se traducen en comportamientos seguros. Una formación sobre EPIs, por ejemplo, pierde todo su valor si luego no se usan correctamente. De ahí la importancia de contar con herramientas que permitan comprobar si se está produciendo esa transferencia práctica.

Caso práctico

Supongamos que una empresa lanza una formación específica sobre el uso seguro de maquinaria pesada. Su objetivo no es solo formar, sino comprobar que los operarios aplican correctamente lo aprendido. Para ello, se adoptan distintas estrategias.

  1. Observación directa: Un técnico de PRL acude a la planta y analiza el comportamiento real de los trabajadores en situaciones relacionadas con los contenidos formativos: uso correcto de EPIs, cumplimiento de protocolos de bloqueo, respeto a las distancias de seguridad, detección de riesgos… Esta observación proporciona información concreta sobre si la formación ha tenido impacto. Miguel Pérez Arroyo, técnico de prevención especialista en formación de Quirónprevención comentaba a este respecto que “el primer paso es marcarse objetivos claros. Por ejemplo: ‘Queremos reducir los accidentes con maquinaria en un 10% en un año’. A partir de ahí, toca pensar cómo puede ayudar la formación a conseguirlo.”

  2. KPIs como herramienta de medición: Junto con la observación, se introducen indicadores clave de rendimiento (KPIs) que permiten cuantificar el efecto de la formación. Algunos ejemplos relevantes en PRL incluyen:

    • Reducción del número de accidentes laborales: Se mide comparando los accidentes antes y después de la formación, prestando especial atención a los vinculados con el uso de maquinaria.

    • Aumento de sugerencias de mejora en seguridad: Se registra el volumen de propuestas realizadas por los trabajadores a través de los canales establecidos para la comunicación interna.

    • Mejora en los resultados de las inspecciones de seguridad: Se evalúa mediante la comparación de los resultados de las inspecciones previas y posteriores a la formación, enfocándose en los aspectos tratados durante la misma.

    • Aumento del uso correcto de los EPIs: Se comprueba a través de la observación directa y el registro sistemático del uso adecuado de los equipos de protección individual.

“Hay que tener claro es que la formación en prevención de riesgos no puede quedarse solo en una sala de formación, sino estar conectada con el día a día de la empresa y formar parte de su sistema de gestión de la seguridad”, añade Miguel Pérez.

  1. Integrar la evaluación en el sistema de gestión: el motor de la mejora continua: Medir la eficacia de la formación en PRL no debe entenderse como una acción puntual, sino como una pieza estructural dentro del sistema de gestión de la prevención de riesgos laborales (SGPRL). Una vez que se recopilan esos datos, lo ideal es integrarlos en el sistema de gestión de la empresa. Esto significa que los responsables de prevención deben analizarlos con regularidad, ver qué funciona y qué no, y tomar decisiones a partir de eso. Los datos obtenidos a través de la observación directa y los KPIs deben analizarse con una mirada estratégica, convirtiéndose en una herramienta útil para:

    • Detectar puntos débiles en la formación.

    • Ajustar contenidos y metodologías pedagógicas.

    • Consolidar comportamientos seguros en el entorno laboral.

“Y, por último, muy importante: revisar todo esto cada cierto tiempo. La seguridad no es algo estático, va cambiando con los procesos, las personas y los riesgos. Por eso, la formación y su evaluación deben formar parte de un ciclo de mejora continua”, concluía Miguel.

¿Cómo se traduce esta integración en acciones concretas?

  1. Definir objetivos alineados con el SGPRL: Los objetivos formativos deben responder a las metas globales del sistema. Por ejemplo, si el SGPRL busca reducir en un 15 % la frecuencia de accidentes, la formación debe enfocarse en reforzar las habilidades preventivas necesarias para alcanzar esa meta.

  2. Recoger y analizar datos relevantes: Los resultados de la observación directa, los KPIs, las encuestas de satisfacción o las pruebas de conocimientos deben incorporarse al sistema de información del SGPRL. Esto permite una lectura más completa del impacto formativo en la seguridad real del entorno laboral.

  3. Tomar decisiones basadas en evidencia: El análisis de los datos debe servir como base para la acción. Algunos ejemplos:

    • Si un grupo de trabajadores no aplica correctamente lo aprendido, se pueden organizar sesiones de refuerzo o adaptar los materiales formativos.

    • Si un KPI, como el número de propuestas de mejora, no avanza como se esperaba, conviene investigar por qué y fomentar nuevos canales de participación.

    • Si las inspecciones de seguridad detectan fallos repetidos, se puede diseñar una formación específica para reforzar esa área concreta.

  4. Revisar y actualizar el sistema de gestión: Más allá de ajustar la formación, los resultados obtenidos deben servir también para revisar procedimientos, mejorar protocolos y rediseñar estrategias preventivas si es necesario. La evaluación se convierte así en una herramienta de transformación del sistema completo. Imaginemos que la empresa que mencionábamos decide evaluar el impacto de una formación reciente integrándola en su SGPRL de la siguiente manera:

    • Objetivo: Reducir en un 10 % los accidentes relacionados con maquinaria en el plazo de un año.

    • Datos: Centralizar los incidentes, observaciones de técnicos de PRL y sugerencias de los operarios.

    • Decisiones: Detectado un bajo uso de EPIs en un grupo, se programa una formación práctica de refuerzo.

    • Revisión: Si los problemas persisten, se revisa el procedimiento técnico implicado, involucrando a los propios trabajadores.

Un ciclo que se retroalimenta

Cuando formación, evaluación y sistema de gestión se integran correctamente, se crea un círculo virtuoso:

  • La formación mejora el conocimiento y las habilidades.

  • La evaluación mide su eficacia y ofrece datos para actuar.

  • Las decisiones tomadas corrigen, refuerzan o ajustan la estrategia.

  • El SGPRL se fortalece y evoluciona.

  • Una mayor seguridad refuerza el valor de seguir formando y evaluando.

Este proceso constante favorece la consolidación de una cultura preventiva robusta, adaptable y en evolución continua. Implementar un sistema de medición del impacto formativo ofrece además ventajas muy tangibles:

  • Rentabilidad: Menos accidentes implican menos costes directos e indirectos.

  • Seguridad: Equipos mejor preparados generan entornos más seguros y productivos.

  • Optimización: La evaluación ayuda a enfocar los recursos formativos en lo que realmente importa.

Establecer este tipo de sistema no requiere una transformación radical. Basta con marcar objetivos claros, identificar los indicadores adecuados y aplicar un seguimiento ordenado. Lo importante es empezar: medir es el primer paso para mejorar.

Prevenir la correcta comunicación

Hablando con Miguel Pérez Arroyo, técnico de prevención especialista en formación de Quirónprevención, nos compartía una interesante reflexión: “una empresa puede haber hecho la mejor formación del mundo, con materiales didácticos estupendos y muchos recursos. Pero si al final los trabajadores siguen haciendo las cosas como siempre, hay varias señales que pueden darnos pistas muy claras.”

Entre esas pistas, la más evidente sería que los accidentes no bajasen. “Si después de formar sobre un riesgo específico” añadía Miguel “siguen ocurriendo accidentes relacionados con ese mismo tema, es probable que la formación no se esté aplicando en la práctica”. Nos indicaba también que otra señal importante sería si observásemos que los trabajadores no usasen bien los equipos de protección, o directamente no los usaran.

“También hay que prestar atención a la actitud” nos advertía Miguel. “Si la gente no propone mejoras en temas de seguridad, o muestra indiferencia ante las normas, puede ser que la formación no haya sido lo bastante clara, o que no se perciba como útil para el trabajo diario”.

Como conclusión final, Miguel nos ofreció una interesante reflexión en el caso de notar que, si la atención a los refuerzos formativos fuera baja, “denotaría la falta de interés o compromiso, lo cual también puede estar señalando que la formación anterior no estuviera significativa o adaptada a sus necesidades reales”.

“Si los comportamientos no cambian, es que la formación no ha llegado a donde tenía que llegar. Y ahí es donde hay que volver a mirar cómo se está formando, cómo se está comunicando, y cómo se puede hacer más útil y más cercana a la realidad del trabajador” nos compartía el especialista de Quirónprevención.