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Tomás Gómez

, profesor del Grado de Administración y Dirección de Empresas de la Universidad Internacional de Valencia

En agosto, la inflación en España alcanzó el 10,5%, un mal dato que superaba en una décima la previsión. A medida que se conocen nuevas cifras, que son peores que los comportamientos esperados, las predicciones para los próximos meses se hacen más pesimistas, ajustándose al alza.  Autoridades, empresas y mercados respiran un clima de pesimismo en general y reconstruyen sus estrategias en función de las expectativas.

Lagarde ha sido clara. El control de la inflación es prioritario sobre el crecimiento económico y Guindos ha ido más allá, adelantando hace unos días las claves en las que tomará decisiones el BCE, apuntando a nuevas subidas de los tipos de interés en el futuro próximo.  El argumento fundamental es que la desaceleración de la demanda no es suficiente para calmar la espiral de subidas de precios lo que, por otra parte, significa que la autoridad monetaria está dispuesta a llevarnos a otra crisis económica para salvar la inflación. Pero en el BCE no hay unanimidad. El propio gobernador, Mario Centeno, se ha desmarcado diplomáticamente apostando por subidas mínimas que no generen efectos secundarios en el crecimiento económico. 

La política monetaria que están tomando los Bancos Centrales viene caracterizada por la ausencia de medidas que pongan la mirada en un horizonte a largo plazo. Responden a un regate en corto que se va ajustando, prácticamente de manera simultánea a los datos que se van conociendo. Se van sumando los economistas que consideran que la inflación ha tocado techo. Algunos datos, como la caída en un par de décimas de la inflación en agosto en EEUU y Reino Unido, les ayudan en su argumentación.  Sin embargo, Alemania, la gran economía de nuestro entorno, tuvo un mal comportamiento, subiendo cuatro décimas hasta llegar casi al 8%. España se llevó la peor parte, obteniendo la pole inflacionista de los países más grandes de la UE, superando a Italia y a la propia Alemania.

Lo que es evidente es que la resistencia de los precios en niveles altos indica que estamos ante una inflación que no es coyuntural. En esta situación, la pérdida de poder adquisitivo de los hogares es palmaria, el precio de los alimentos, la energía y las hipotecas harán mella en la capacidad de compra. Los costes a los que se enfrentan las empresas también son crecientes, con la consiguiente dificultad para mantener los niveles de producción. Si la situación persiste, el empleo podría resentirse y, una situación de paro con inflación exigirá medidas duras para una sociedad que no se recupera de la gran crisis de 2008. 

Los gobiernos también están acusando el golpe, los intereses de la deuda española han subido 25 puntos básicos, y no es la única, también lo ha hecho la alemana y la italiana. La pelea en el BCE entre los más duros, que quieren subidas drásticas de los tipos, y los soft, que apuestan por la moderación, debería zanjarse usando gafas para lejos y abandonando el cortoplacismo.

Por otra parte, la política fiscal debería abandonar los tintes electoralistas que ha tomado de cara al 2023. Las subvenciones a los carburantes se han mostrado ineficaces respecto al esfuerzo económico que suponen a las arcas públicas y deberían reorientarse hacia los sectores productivos que sufren riesgo.  En cuanto a otras reducciones fiscales, las autoridades económicas deberían aclararse, si quieren desacelerar realmente la demanda o si, su estrategia es mantenerla, porque la consecuencia hasta la fecha es que cada mes las hipotecas son más caras y los precios siguen sin bajar.