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Frédéric Mertens

Profesor y coordinador del grado de Relaciones Internacionales de la Universidad Europea de Valencia.

En el Foro Económico de Davos 2023, líderes y jefes de Estado confirman la aceleración de la fragmentación del mundo y el fin de la ola globalizadora. De hecho, la edición de 2023 confirma la «fragmentación económica» del mundo. 
El número de barreras proteccionistas en el mundo se ha disparado hasta alcanzar su máximo histórico en 2022, según confirma el Fondo Monetario Internacional (FMI). En 2022, habrá unas 2.500 medidas que restrinjan el comercio de servicios, bienes o capitales, frente a las menos de 500 de 2009, tras la gran crisis financiera. 

Por ejemplo, China ha adoptado el plan «Made in China 2025» para reforzar su control sobre tecnologías clave. Por su parte, la Ley estadounidense de Reducción de la Inflación (IRA) despliega ayudas específicas para fomentar la producción de tecnologías verdes en suelo estadounidense, lo que puede provocar la expulsión del mercado de los productores extranjeros. Europa, por su parte, no ha dudado en desplegar su “Chips Act” para favorecer a sus fábricas de semiconductores. Y no tiene intención de detenerse ahí. En Davos, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, ha detallado un plan para contrarrestar los intentos agresivos de atraer nuestras capacidades industriales. Además, ha señalado las consecuencias del IRA US para la industria europea, pero también la actitud de China, que anima abiertamente a las industrias de alto consumo energético a deslocalizarse, pero al mismo tiempo subvenciona masivamente su industria y restringe el acceso a su mercado a las empresas europeas.

Fuera de los proyectores y cameras, se espera que continúen las negociaciones en Davos entre los europeos y la Representante de Comercio de EE.UU., Katherine Tai. En el centro de la próxima cumbre de la UE de los días 9 y 10 de febrero, el futuro plan industrial del Pacto Verde debe incluir una simplificación del marco normativo para acelerar la implantación de fábricas de tecnologías esenciales para reducir las emisiones de carbono en Europa, como la fotovoltaica, la eólica y las baterías. 

Bruselas también planea revisar su régimen de ayudas estatales, haciéndolo más sencillo y rápido, para competir con los 371.000 millones de euros que Washington tiene sobre la mesa para apoyar la producción de tecnologías verdes. Europa también tiene previsto aplicar su nuevo control de las subvenciones extranjeras a las empresas que operan en su territorio, y está estudiando la necesidad de reforzar el marco de las inversiones de los grupos europeos en el extranjero.

Esta carrera de subvenciones, y el apretón de tuercas aplicado en nombre de la seguridad económica, preocupan al Fondo Monetario Internacional. Está reconfigurando rápidamente las estrategias empresariales a escala mundial. Desde la pandemia del Covid 19, las referencias a la relocalización, el “near-shoring” (relocalización en un país vecino) y el “onshoring” (externalización de una actividad en su propio país) en las presentaciones de resultados de las empresas se han multiplicado casi por diez. Recientemente se ha añadido el “friendshoring” (relocalización en países aliados), para tener en cuenta el aumento de los riesgos geopolíticos tras la guerra de Ucrania y las tensiones entre China y Estados Unidos.

Esta fragmentación económica, que el FMI teme, tendrá un coste. A largo plazo, podría reducir la producción mundial en un 0,2% en un escenario de fragmentación limitada. Pero el coste podría aumentar hasta casi el 7% en un escenario grave. Esta cifra equivale a la producción anual combinada de Alemania y Japón. En lugar de impulsar la “des o relocalización”, conviene desarrollar la diversificación de los suministros. Los países deben sopesar cuidadosamente los costes, tanto internos como externos, de las medidas de seguridad nacional sobre el comercio o la inversión. La globalización fue quimera.